jueves, 21 de enero de 1993

NHA TRANG

La ciudad costera de Nha Trang era deliciosa. Tenía muchos tuk-tuk, los triciclos que trasladaban a los vietnamitas al mercado, la escuela y los alrededores. Allí viajé por primera vez en 1993, volví en 2001, comí baguettes con quesitos “La vache qui rit”, bebí cerveza San Miguel y celebré el Tet, el año nuevo lunar vietnamita.


La playa tropical de Hon Chong tenía muchas palmeras, arena blanca y aguas turquesas del Mar del Sur de China. Los míticos “mares del sur”. Estaba bordeada de cocoteros que se arqueaban hasta la orilla. La franja de costa era bastante montañosa; allí estaba el promontorio de granito de Hong Chong, y en la línea del horizonte se veían varias islas. 

En la playa había vendedoras de cocos, cangrejos hervidos y fruta. Lo transportaban a la manera tradicional vietnamita, en cestos llevados en equilibrio con la vara apoyada en los hombros.





Alquilé una bicicleta por unos pocos dongs para recorrer los alrededores. Crucé dos puentes sobre el río Cai. En uno de ellos se veían los palafitos bordeando las orillas, y desde el otro se veían cientos de barcos pintados de azul y rojo. 



Llegué a las Torres Cham o Templo Ponagar, de influencia hindú. Eran torres piramidales de piedra rojiza, con una capilla en el interior, donde estaba el altar. Una de ellas guardó en el s. X un lingam (pene) de oro de Buda, pero lo robaron los khmers rojos de Camboya. El lingam que encontré era de piedra. Las torres se erigieron en del s. VII y XI, y en ellas tanto los budistas vietnamitas como los chinos hacían ofrendas según sus respectivas tradiciones. 

Por la tarde fui caminando por la playa hasta el Obelisco, construido en memoria de la guerra. Por todo Vietnam se veían muchos de aquellos obeliscos, rodeados de tumbas.







Viaje y fotos realizados en 1993 

viernes, 15 de enero de 1993

LOS TÚNELES DE CU CHI

Los túneles de Cu Chi estaban cerca de la capital Ho Chi Min, a 44 km. Los vimos acompañados de un guía y un niño. Caminamos por un sendero en la jungla hasta la entrada de los túneles subterráneos. Estaban excavados a tres niveles bajo el suelo. Las galerías eran pequeñas y estrechas, a medida de vietnamitas, no aptas para claustrofóbicos ni para turistas grandes.


Los túneles se utilizaron durante la Guerra de Vietnam. Había 200 km de túneles. Nuestro guía nos enseñó las trampillas que se hundían al pisarlas y hacían caer a los enemigos en un foso lleno de puntiagudos juncos, que los ensartaban. Las galerías estaban conectadas entre sí, tenían orificios de ventilación, cocinas con un sistema de salida de humo para que se absorbiera gradualmente por el subsuelo y no los delatara ante el enemigo. 

Tenían almacenes, hospitales, camas y salas de reuniones. En la habitación del comandante había una máquina de escribir sobre una mesa, con tazas de té, sillas y un radioteléfono. Todo colocado como si el comandante acabara de salir de allí. Siempre ha habido ciudades subterráneas con la misma finalidad, ocultarse del enemigo invasor.






La Guerra de Vietnam fue un conflicto bélico que duró 20 años, entre 1955​ y 1975 para reunificar Vietnam. Se enfrentó al gobierno comunista de Vietnam del Norte y sus aliados en Vietnam del Sur, (conocidos como el Viet Cong), contra el gobierno de Vietnam del Sur. El Norte estaba respaldado por China y la Unión Soviética, su principal aliado. Y el Sur estaba apoyado por Estados Unidos y otras naciones aliadas. Se calcula que murieron entre uno y tres millones de vietnamitas.​ Demasiadas pérdidas humanas. Estados Unidos tuvo 58.159 bajas, según leímos, y muchos desaparecidos, fue su conflicto más largo.

En los alrededores había viejos tanques, armamento y misiles abandonados y expuestos, formando parte de la memoria histórica del país. El recuerdo de la guerra estaba vivo, y algunos vestían uniformes militares y cascos verdes, comprados en mercadillos de segunda mano. 

Cuando salimos al exterior ya era de noche. En el folleto que entregan a todo aquel que visita los túneles de Cu Chi, decían que el pueblo vietnamita solo desea paz, independencia y felicidad. Deseamos que los túneles formaran parte de la historia pasada, sin volver a ser utilizados, y que las sonrisas de los vietnamitas perduraran.



viaje y fotos realizados en 1993

viernes, 8 de enero de 1993

LAS ALDEAS DE MUJERES JIRAFA


Desde Chiang Mai fui a Mae  Hong So en autobús, un largo trayecto. Mae Hong So era una pequeña población cerca de la frontera birmana. Hasta allí habían llegado los Padaung, una minoría étnica birmana, huyendo de los conflictos en Myanmar en la década de los 90. 

Allí conocí a Nam, que me acompañó en moto a conocer las aldeas de las Padaung, llamadas "long necks", cuellos largos o mujeres jirafa. Partimos a primera hora y todo estaba envuelto en una niebla espesa y baja. Nos internamos en la jungla boscosa del llamado Triángulo del Oro. Fuimos por pistas de tierra roja bordeadas de vegetación. Atravesamos un puente colgante y los tablones de madera se movieron con estrépito.



Llegamos a la aldea y una mujer me hizo anotar mi nombre y nacionalidad en un libro y hacer entrega de un donativo. Un hombre armado protegía el lugar. La aldea era pequeña, de unas cincuenta personas, la mayoría mujeres, y algunos niños. Tenía sencillas cabañas de cañizo. En alguna de ellas cocinaban con el fuego encendido. 

Algunas mujeres estaban sentadas junto a tejidos de colores intensos, colgados en cordeles y elaborados por ellas. Unas amamantaban a sus bebés o elaboraban esteras y cestos. Otras acarreaban haces de leña en una cesta cargada a la espalda, cogida por una cinta en la frente. Unas trajinaban entre sus cacharros, y otras simplemente me miraban. 

Alguna mujer de las más mayores llevaba unos treinta aros de latón dorado en el cuello. Nam me dijo que podían llegar a los treinta y cinco aros. Había niñas de seis y ocho años de edad con nueve aros en el cuello. No esperaba encontrar tantos niños pequeños con aros, creía que era una práctica a extinguir. 

Había leído lo molestos que podían llegar a ser con el calor y la humedad, que podían oxidarse con el sudor y causar llagas y heridas en la piel. Debían limpiarlos cada día, pasando un trapo seco entre los aros, y obligaban a que sus portadoras durmieran apoyadas en una especie de cubilete de madera que les levantaba la cabeza. Sabía que si se quitaban los aros, los músculos no aguantaban el cuello y se desnucaban, era su sentencia de muerte. 



Llevaban también cuatro o cinco aros rodeando la pierna, bajo las rodillas, y en ambas muñecas. Alguna tenía la cara llena de polvos de arroz para blanquear la tez, como signo de belleza. Las más mayores tenían la piel apergaminada y la dentadura totalmente roja por mascar la nuez de betel.

Me senté junto a ellas y me quedé hipnotizada mirándolas, intentando una comunicación básica. La única extranjera en aquella aldea era yo. Para poder mirarme ellas, si estaban sentadas al lado, casi tenían que girar todo el cuerpo, ya que el cuello no tenía libertad de movimientos, estaba preso en aquellos aros. Para aquellas mujeres los aros eran un ornamento que las embellecía y una tradición. Pero pagaban un alto precio por ello. Me pregunté por cuánto tiempo.




Viaje y fotos realizados en 1993