lunes, 22 de noviembre de 1993

MERCADOS TANZANOS

Además de los mercados masais, como el de Dimeka, Tanzania tenía muchos mercados coloridos, en cada aldea y cada ciudad. Algunos de los que más nos gustaron fueron Babile, Ujiji, Zanzíbar, y el mercado de Arusha. Estaba lleno de pilas de cocos, plátanos verdes, tomates, piñas, montañas de cacahuetes, y sacos con pirámides de arroces, harinas y cereales.





En la sección de pescados, los había fritos y en salazón, para conservarlos más tiempo a falta de neveras. Muchos eran percas del Nilo, pescadas en el Lago Victoria. La parte de frutas y hortalizas era muy colorida, con pilas de tomates, patatas y otros tubérculos, pimientos o berenjenas.

Vendían caña de azúcar, con la que elaboraban un rico jugo, triturándola y añadiéndole limón y jengibre. 



             

Las mujeres vestían sus faldas estampadas y pañoletas, y animaban el ambiente. En otros puestos vendían elixires de hierbas naturales y pócimas medicinales. Y en algunos se vendían gallinas vivas enjauladas en cestas.


Algunos mercados estaban bajo cubierto, con estructuras de hierro y madera. Otros se instalaban al aire libre en plazas, esplanadas y bajo la sombra de los árboles. Todos aquellos mercados tanzanos merecían un paseo curioseando por sus puestos, y eran un espectáculo de vida y color.






Viaje y fotos de 1993

sábado, 20 de noviembre de 1993

LOS MASAI


En los alrededores del Ngorongoro vimos a los Masai por primera vez. Aparecieron en medio de la sabana, caminando por las pistas, sentados entre los arbustos o bajo algún árbol. Aquella era la zona que habitaban. Eran un pueblo seminómada que vivía básicamente del pastoreo, con rebaños de ovejas y cabras. También podían encontrarse en Kenya. 

Iban envueltos en finas mantas de color granate o rojo intenso, y alguna azul o listada. Utilizaban gran variedad de joyas, abalorios y pendientes como ornamentos, tanto hombres como mujeres. Tenían el lóbulo de la oreja muy rasgado, a algunos les colgaba hasta unos ocho centímetros, cerca de los hombros. 




Las mujeres llevaban diademas, un collar en forma de disco en el cuello y muchos brazaletes de latón y cobre. Me gustaron dos campanitas de cobre que llevaban los hombres como pendiente. La mayoría de ornamentos estaban hechos con cuentas de plástico de colores. Los hombres nos miraban con curiosidad, y algunos mordisqueaban una ramita como limpiadientes. En África, los palos de mascar se cortaban del árbol conocido como el “árbol cepillo de dientes”. También se utilizaban en Asia y los países árabes.

              

Llevé bisutería de Barcelona para regalarles, alguna les gustó y otra la rechazaron, como una pulsera de cobre similar a las que llevaban. Un guerrero masai armado con su lanza posó orgulloso y sonriente. Creo que mi brazo enyesado les despertó simpatía y ayudó a que muchos se acercaran a nosotros y aceptaran fotografiarse. 

Las mujeres y niños señalaban el yeso y decían “Pole sana, mama”, que significa “lo siento mucho, mama” en swahili. Yo contestaba “Asante” (gracias). Uno me dibujó el mapa de África en el yeso y otros me preguntaban detalles de cómo pasó, y acababan volviendo a decir “Pole”, que junto con el saludo “Jambo” fueron las palabras swahili que más oímos en el viaje. Otros saludos eran “Habari” (hola), “Mambo” (Cómo estás’), “Karibu” o “Karibuni” (Bienvenidos). Hablaban el idioma masai, pero usaban el swahili como lengua oficial. Ese fue nuestro vocabulario básico por toda Tanzania.








Viaje y fotos de 1993 

sábado, 13 de noviembre de 1993

EL GRAN ZIMBABWE


          

Desde Masvingo fuimos a visitar el Gran Zimbabwe, los restos de una antigua ciudad del reino de Zimbabwe, en los s. XIII-XV d. C. Estaba situada sobre una colina. Fue la capital del reino bantú de los Shona en el s. XIV y llegó a tener una población de 20 000 habitantes.​ 

Las ruinas arqueológicas estaban rodeadas de grandes formaciones rocosas. Destacaba una gran torre cónica. En la parte alta estaba la llamada Acrópolis por los arqueólogos, y en la parte baja había construcciones de piedra restauradas. Había una muralla de muros concéntricos de 10m de altura, con piedras apiladas, escaleras y pasadizos. Coincidimos con la visita de un grupo de escolares uniformados, nos saludamos y luego nos dispersamos por el recinto y lo vimos en soledad. 


Lo recorrimos con una niebla espesa y una fina llovizna que nos fue empapando. No lucían tanto como con un cielo azul, pero la neblina envolvía las ruinas en un aire de misterio. La única nota de color la aportaba algún bonito flamboyán de flores rojas, como los que vimos en la ciudad de Masvingo.

Leímos en la guía que las causas del abandono de la ciudad fueron el declive en el comercio, el agotamiento de las minas de oro, la inestabilidad política, el hambre y la escasez de agua. 


Otro día visitamos un poblado etnológico, un museo al aire libre con chozas que reproducían el estilo de vida tradicional de los primeros pobladores de Zimbabwe. Eran chozas circulares con tejadillos cónicos, algunas decoradas con dibujos geométricos. En el interior había recipientes de barro, utensilios y cestería. 

Había algún granero construido en alto para proteger el grano de los animales. Una escalera de troncos permitía el acceso. También había una choza dedicada al curandero de la aldea. Vimos como unas mujeres elaboraban los cestos a la manera tradicional. 



          






domingo, 7 de noviembre de 1993

RAFTING EN EL ZAMBEZE

Cruzamos la frontera con Zambia, desde Zimbawe, para hacer el rafting por el río Zambeze. Embarcamos en un tramo tranquilo de aguas verdosas, en una imponente garganta de roca negra. El río engañaba, nada hacía presagiar la fuerza y la violencia de los rápidos que nos esperaban. Íbamos en una zodiac que dirigía un remero en la parte central. Cuando nos metíamos en las olas los cuatro que estábamos en la parte delantera debíamos tirarnos con todas nuestras fuerzas hacia delante para impedir que la punta de la zodiac se levantara y volcáramos. Los rápidos tenían nombres tan sugerentes como “la escalera hacia el cielo” o “la lavadora”. Parecía divertido. Y lo fue.

Pero en el rápido nº 18 sucedió. El bote volcó por el lado derecho y antes de volcar sentí el peso de Javier y los otros dos chicos que han caído sobre mi brazo. Sentí dolor, y me vi en medio del rápido, entre remolinos de espuma. La corriente me arrastraba y me dejé llevar con los pies adelante. Javier me ofrecía una mano, pero no pude cogerla. Así que el río me arrastró unos metros hasta la altura de otro bote que me tiró una cuerda. Como me dolía el brazo izquierdo, tuve que cogerme a la cuerda sólo con el derecho, e intentar avanzar hasta el bote. Luego me subieron ellos. 

Paramos en unas rocas, y casualmente entre la gente de los botes había una doctora, que me echó un vistazo pero no se atrevió a diagnosticar si era una fractura o no. De momento, lo inmovilizaron con una férula y después de un pequeño mareo por el dolor, volví a mi bote, donde me esperaban todos.

Lo peor era que los rápidos no se habían acabado, y no me hacía mucha ilusión pasarlos con el brazo así. Pero tuve que pasarlos, claro. Suerte que eran menos fuertes que el 18. Fueron cinco más, en los que me agarré a las cuerdas lo más fuerte que pude con la derecha, mientras Javier me cogía del chaleco. Cuando llegamos al final, después del 23, me esperaba un camino de subida por el cañón, de una media hora. 

Vimos un helicóptero, y Jules, que era nuestro guía propuso hacerle señales para que me recogiera, pero desapareció antes de que pudiera intentarlo. De todos modos, no sé qué hubiera sido peor, porque el helicóptero no tenía sito para aterrizar y me hubiera recogido con una silla por encima del agua. Después de la subida a pie todavía nos esperaba el regreso en camión por pistas sin asfaltar, por lo que el camión no paraba de dar botes y mi brazo lo sentía. Me llevaron a un consultorio y después a un hospital. El dr. Vivian me hizo una radiografía y diagnosticó fractura de radio.

Tras el accidente, y con el brazo enyesado, en el pueblo me hice famosa y todos me preguntaban qué había pasado. Los entendidos preguntaban directamente en que rápido había sido.

Al día siguiente decidimos ver las Cataratas Victoria en ultraligero, aún con el brazo enyesado pensé que ya no me podía suceder ningún otro accidente. Steve me enseñó los rápidos que habíamos pasado el día anterior, y también el famoso nº 18. Volamos bajo y me señaló cocodrilos en las orillas del río. Casi vimos la puesta de sol desde el aire. La contemplamos en tierra, junto al hangar.

Después de eso, el viaje siguió durante cuarenta días, con calor, con picores, con incomodidades cotidianas, pero con ilusión. Los niños se acercaban a mí, tocaban el brazo y me sonreían y hasta me dibujaron un mapita de África en el yeso. Siempre recordaré la amabilidad, generosidad, cariño y ayuda de todos aquellos con los que me crucé por los caminos africanos.


Viaje y fotos del año 1993

sábado, 6 de noviembre de 1993

LAS CATARATAS VICTORIA


Impresionante es un calificativo que se queda corto. Eso escribí en mi cuaderno de viaje por Zimbabwe, después de haber visto tres veces las Cataratas Victoria, paseando, haciendo rafting, y desde el aire en ultraligero.

Las Vic Falls tienen 1700 metros de ancho y caen por un desfiladero de más de 100 metros de altura. Su nombre original era Shongwe, que significa "el humo que ruge". Fueron "descubiertas" en 1855 por Livingstone. Entrecomillo descubiertas porque como observa lúcidamente Moravia "en el verbo descubrir se condensa toda la presunción del colonialismo. Los europeos, desde los tiempos de Herodoto, son los que descubren el mundo, los otros pueblos se limitan a visitarlo." Alberto Moravia y su libro “Paseos por África” fue mi otro compañero de viaje.



Vimos las nubes de vapor de agua que formaba la caída, y nos dejamos refrescar por las gotas pulverizadas, la llovizna de millares de gotas que arrastraba el aire. El camino estaba empedrado y corría paralelo al frontal de las cataratas. Los principales puntos eran el Salto del Diablo, la isla de Livingstone y el Punto Peligroso. La isla de Livingstone marcaba la mitad de las cataratas y la frontera con Zambia, aunque la orilla de tierra desde donde se podían ver pertenecía a Zimbabwe.

Espuma, nubes de vapor condensado, el verde exuberante de la vegetación de las zonas siempre húmedas, la negra roca tallada del cañón, y el rugido perenne del agua. Livingstone debió alucinar cuando se encontró todo esto. Eran un merecido Patrimonio de la Humanidad.

          

 

         

Estuvimos caminando paralelos al río Zambeze, por un camino de tierra roja en plena jungla. No exagero. Teníamos que apartar las ramas, lianas y hojas de palmeras a nuestro paso, y se oían cantos de pájaros y ruidos de animales desconocidos para nosotros. Caminábamos absolutamente solos, en medio de esos sonidos tropicales, y de vez en cuando se movían las ramas de algún arbusto, y veíamos correr algún animal.

No creíamos que íbamos a encontrar tantos animales y tan cerca del Parque de las Cataratas, pero vimos a muy corta distancia impalas, monos y grupos de búfalos. Llegamos hasta el llamado “big tree”, un baobab de más de 1500 años, con un tronco enorme, de unos 16m de diámetro. Al volver, encontramos un grupo de búfalos comiendo la hierba seca tranquilamente y clavando su mirada curiosa en nosotros. Silencio y los búfalos y nosotros mirándonos a una distancia de tres metros. Aquello era África. Y sobrevolar las Cataratas Victoria en ultraligero fue espectacular.