lunes, 1 de septiembre de 1997

TERRAZAS DE ARROZ DE BANUE, BATAD Y LOS IFUGAO

Llegamos en jeepney a Banaue desde Lagawe. Nos alojamos en el Green View Hotel, con vistas de las terrazas de arroz escalonadas. Se las consideraba “la Octava Maravilla del Mundo”. El arroz era un cultivo ancestral del pueblo Ifugao y de Filipinas. Nuestra habitación tenía un pequeño balcón de cara al verde valles de arrozales, cruzado por un río de aguas fangosas. 


No se consideraban Patrimonio de la Humanidad por las estructuras modernas, pero el paisaje lo merecía. Fuimos en motocarro al View Point, en la cima de la montaña, con magníficas vistas. Los arrozales estaban verdes en su mayoría, y algunos inundados de agua. Leímos que hasta el mes de agosto se cosechaba, y de septiembre a diciembre se preparaban los campos para la próxima cosecha. 

Allí vimos varias mujeres y hombres Ifugao. Eran bastante ancianos, muy arrugaditos, y llevaban la indumentaria típica: tocados con plumas en la cabeza y chaquetilla y sarong con cenefas, predominando los tonos rojos. Algunos tenían la dentadura roja de mascar nuez de betel, y a todos les faltaban dientes, y mostraban su sonrisa mellada. Un anciano fumaba una pipa.



       

Hicimos una caminata a través de las terrazas, pasando por alguna aldea Ifugao. Fuimos por estrechos senderos entre los arrozales, encontrando algún campesino que trabajaba sus campos. Vimos algún búfalo comiendo tranquilo, hundiendo sus patas en el agua. Algunas terrazas tenían los tallos verdes crecidos, y otras estaban inundadas de agua, y rodeadas por pequeños muros o diques de piedra.

Los arroyuelos que caían de la cima de la montaña alimentaban el sistema de regadío por canales. A veces formaban pequeños saltos de agua. Pasamos por las cataratas de la Guihon Natural Pool, que formaba como su nombre indica, una piscina natural. Todo aquel valle parecía una maqueta hecha con primor, salpicado por algunas casas.

 
           

Otro día fuimos a Batad, el pueblo más bonito y mejor conservado que vimos en el norte de Luzón. Primero cogimos un triciclo o motocarro por una pista embarrada, llena de socavones y pedruscos. Nos dejó en el desvío y caminamos una hora y media hasta divisar el pueblo en el valle y otra media hora en llegar abajo. Ningún vehículo podía llegar hasta allí. Las dos horas que nos dijeron que se tardaba en la oficina de Turismo.

          


Batad era una aldea en un valle de terrazas de arroz escalonadas. Una pequeña gran maravilla. Se distinguían los tejadillos cónicos de cáñamo entre palmeras, plataneros y terrazas de arroz. El pueblo estaba emplazado en medio de la ladera de arrozales y tenía el río a sus pies. Apenas se veía uralita, porque los del pueblo eran reacios a utilizarla. Solo la iglesia estaba hecha de hojalata.



Vimos pequeñas cabañas de madera, con cráneos de búfalos con sus grandes cuernos en el exterior. En las casas las mujeres lavaban la ropa y la extendían al sol. Ponían los manojos de arroz en esteras para secar al sol, y colgaban las mazorcas de maíz. Gallinas y algún cerdo salvaje corrían por allí. Una aldea tradicional filipina, de ambiente muy relajado. 

             











Viaje y fotos realizados en 1997

lunes, 30 de diciembre de 1996

RETRATOS Y SONRISAS BIRMANAS

En el viaje por Myanmar vimos algunas mujeres que llevaban una crema amarillo pálido en las mejillas. Encontramos una chica joven con esa crema que formaba el dibujo de una hoja, pero otras se la aplicaban de un modo menos uniforme. Leímos que lo utilizaban tanto hombres, como mujeres y niños. La crema o polvo se obtenía moliendo la corteza del árbol thanaka, mezclado con agua. Era un cosmético que ofrecía protección para los rayos solares Una pasta refrescante y aromática con olor a sándalo, que se aplicaba realizando diseños en las mejillas, y también por todo el cuerpo. También lo vimos en Mozambique.


Nos llamó la atención la placidez de la siesta de un niño, en un banco de piedra con los caracteres circulares de la escritura birmana. Siempre nos quedará la curiosidad de lo que ponía en el banco.

En la ruta por las aldeas alredor de Kalaw, encontramos mujeres transportando sus cestas con las asas en la frente yendo al mercado, y a este niño que llevaba un sombrero especial hecho con hojas. Una muestra de la creatividad  y simpatía de los birmanos.


Esta chica de larguísimo pelo la encontramos en una peluquería birmana. Las peluquerías asiáticas y africanas son mi debilidad. Como siempre, las sonrisas de la gente que encontramos en Myanmar forman parte importante del viaje.


jueves, 26 de diciembre de 1996

LOS TEMPLOS DORADOS DE BAGAN


Un carromato de caballos nos llevó durante todo el día por los templos de Bagan. La otra opción era alquilar bicicletas y hacía mucho calor. La calesa nos protegió del fuerte sol. Parecía un carromato del oeste y traqueteaba un montón por los caminos de tierra rojiza.

Bagan era conocida como la ciudad de los mil templos. Fue capital de varios reinos de la antigua Birmania. En una gran explanada junto al río Ayeyarwady (antes llamado Irrawaddy) con más de 2000 templos y pagodas medievales, de los s.XI-XII. La Unesco los reconoció como Patrimonio de la Humanidad, aunque cuando fuimos todavía no lo eran. Una zona arqueológica fantástica.

















Primero fuimos a la Pagoda Shwezigon, la más reconocida y una de las más impresionantes. Era un conjunto de santuarios por los que perderse y pasear descalzos pisando las frescas losas. La stupa central tenía paneles con escenas de la vida de Buda, y en los laterales cuatro leones de oro custodiándola. 

Los templos más altos y prominentes de la explanada eran Thatbyinnyo Patho, con 61 m de altura y Hitlominlo Patho, con 46m de altura, y varias imágenes de Buda en su interior. Ananda Patho, era otro de los mejores y más conservado. Tenía dos pasillos cuadrados concéntricos con hornacinas, y en cada una de sus paredes cuatro Budas enormes. Sulami Patho tenía forma más piramidal, con frescos en su interior y a lo largo de todo el muro un Buda reclinado.




Subimos a varias terrazas de los templos para contemplar las vistas. Dhammayangyi Patho tenía varias terrazas superpuestas en forma piramidal, subimos a su terraza superior por unos estrechos pasadizos, con escalones verticales que casi no permitían apoyar la planta del pie ni de lado. Desde la terraza del Mingalazedi, cerca del río, vimos otra panorámica.

Y finalmente en el Shibinthalyaung, encontramos otro Buda reclinado de 18m de largo. Desde la cima contemplamos toda la explanada salpicada de templos. Todos eran parecidos y ninguno era igual. Algunos eran de piedra rojiza y otros de un blanco deteriorado por las lluvias y el paso del templo. Acabamos el día en este último templo contemplando la anaranjada puesta de sol.






 



domingo, 15 de diciembre de 1996

EL TEMPLO MINGÚN Y OTRAS PAGODAS
























Desde Mandalay cogimos un barco por el río Ayuyarwedi hasta Mingún. Era un trayecto corto, de 11km. En las orillas contemplamos los grupos de chozas aisladas, canoas y algunos pescadores echando las redes. Mingún era una de las ciudades antiguas conservadas en los alrededores de Mandalay, y fue la que más nos impresionó.

La Mingún Paya era el monumento budista (o zedi) más grande del mundo. Era imponente, de piedra rojiza. Miles de esclavos empezaron a construirlo en 1790 y debería haber tenido 150m, pero su construcción se interrumpió y quedó en los 50m de altura. Aún así resultaba majestuoso.. En la fachada principal, a un lado de la puerta de entrada, se abría una gran grieta, como una herida de las sagradas piedras. La grieta se abrió tras el terremoto de 1839. La puerta era enorme, daba acceso a una capilla que nos pareció pequeña en comparación con la mole de piedra. Un monje nos ofreció té y bananas, que tomamos sentados a los pies de un Buda. Luego subimos la escalinata hasta la cima de la stupa y contemplamos lo que quedaba del esplendor de la antigua ciudad bordeada por el río. 













Cerca estaba la gran campana de bronce, construida para el templo en 1808, de 90 toneladas de peso. Sólo había otra de tamaño parecido en el mundo, en Moscú. Estaba suspendida del techo y podías meterte en su hueco interior, grabado con inscripciones con caracteres birmanos. Con un tronco tañimos la campana, que resonó por todo el lugar.

La Pagoda Pondawpaya estaba junto al río, custodiada por dos grandes leones que miraban pasar las barcas. La Pagoda Hsibyume de 1816, con estructura circular era otra de las que recordaremos. Sus stupas blancas resplandecían al sol, entre las verdes palmeras. Tenía siete terrazas que representaban la siete montañas alrededor del Monte Maru, que era el origen del Cosmos, según la mitología budista. Después visitamos las tres ciudades sagradas más antiguas: Sagaing, Amarapura y Ava. En Sagaing la verde colina estaba totalmente salpicada de stupas. Las viejas piedras sagradas de Mingún y las otras ciudades nos hablaron de otros tiempos míticos de esplendor en Myanmar.