lunes, 4 de octubre de 2010

LA CELEBRACIÓN DEL TSAMPA




 

En Shigatsé visitamos el Monasterio de Tashilumpo, otra maravilla del Tibet. Era inmenso, fue construido en 1447 y tenía calles y plazoletas. En su tiempo vivieron unos 6000 monjes, ahora unos 600. Además era el único monasterio donde los monjes elaboraban artesanalmente su propio calzado, una especie de botines de lana roja con adornos negros.




 

Allí tuvimos el privilegio de asistir a una ceremonia festiva: en un patio unos cien monjes amasaban bolas de tsampa, la harina de cebada tostada que constituye la base de la alimentación tradicional tibetana. Formaban una gran bola de 1kg. aproximadamente, acabada en forma de pico.



Luego otros monjes teñían de un líquido rojo la punta y las colocaban en bandejas. Los monjes más jóvenes eran los encargados de llevarlas a la sala principal, entre bromas y risas, para el banquete festivo que se celebraría posteriormente. Otros monjes preparaban té tibetano con mantequilla en grandes calderos, batiéndolo constantemente.

 

Por la noche en un pequeño y acogedor restaurante pedimos tsampa en la cena. En otro viaje por Sikkim habíamos probado tsampa en forma de gachas espesas. Esta vez la sirvieron amasada en forma de croquetas, lo que creo fue una concesión al gusto del turista occidental, y me pareció muy harinosa y seca. Durante la cena recordamos todo lo que habíamos presenciado en el Monasterio. Fue una ceremonia hipnótica, un espectáculo que nos transportó a otros tiempos. 
 
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

domingo, 3 de octubre de 2010

EVEREST, EN EL TECHO DEL MUNDO



Una mañana de octubre, desde Shegar, emprendimos la ruta hacia el Monte Everest. El asfalto duró poco y seguimos por una pista de tierra y grava, llena de curvas, botando y vibrando durante tres horas. El día estaba luminoso, como todos hasta el momento, con un cielo azul limpio. Las montañas parecían esculpidas y predominaban los tonos ocres y marrones.

En el Paso Nyalam Tong-la contemplamos el perfil de la cadena montañosa del Himalaya con cinco ochomiles: empezando por la izquierda el Monte Makalu, seguido del Monte Lotse, en el centro el Monte Everest (llamado Qomolangma en tibetano) y a la derecha el Monte Cho Oyu y el Monte Xixiabangma.


El cielo azul no tenía ni una nube y el Monte Everest, con sus 8844m., destacaba entre los otros, con su blancura satinada. Por el camino habíamos visto otras montañas con nieve brillante derritiéndose al sol. La del Everest parecía más compacta.

Llegamos al Campamento Base a los pies del Everest. Vimos unas tiendas de aspecto militar por fuera, dispuestas en forma de “u”. En el interior resultaban cálidas, con una estufa de latón central y adornadas con sofás con cojines y telas coloridas en las paredes. Eran restaurantes y hoteles para pasar la noche. Algunas tenían nombres graciosos como el “Hotel de California”.


Ni rastro de tiendas de campaña de grupos de escaladores. Supusimos que estarían más alejados. Preguntamos y nos dijeron que desde Nepal habría algunos porque el acceso era más fácil y también era más dificultoso obtener el permiso de los chinos. No había duda de que aquel era el Campamento Base porque había una tienda que era la Post-Office china, la oficina de correos a mayor altitud del mundo, tal como describía la guía.
Un autobús lanzadera nos llevó a la parte más alta alejada del campamento, y a partir de ahí caminamos lo que nos apeteció. Encontramos un riachuelo con hielo escarchado frente al monte. Recogimos piedras curiosas veteadas con colores verdosos. Me senté junto al riachuelo y frente al Everest, e intenté hacer un esbozo de dibujo, pero me resultaba muy difícil reflejar las sombras de los picos nevados y las grietas de las laderas. El blanco de la nieve era deslumbrante.
 

En el Campo Base entramos en una de las acogedoras tiendas mientras soplaba el viento agitando las lonas. Comimos carne de yak con patatas, pancake y té tibetano con mantequilla. De regreso nos esperaba la visita al Monasterio de Rongbuk, el que estaba situado a mayor altitud del mundo. Y tenía la particularidad de ser el único en el que convivían monjes y monjas. Pero lo que recordaríamos para siempre sería haber estado a los pies del gigantesco y mítico Monte Everest, el verdadero techo del mundo.
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego




sábado, 2 de octubre de 2010

JINETES TIBETANOS


 
Al entrar en el interior de la tienda nos recibió un ambiente cálido. Alrededor de la estufa de carbón, y sentados en mesas con hules de colores, varios tibetanos hacían un alto en el camino. Allí comimos carne de yak con patatas y momos, el pan blanco tibetano. Los hombres usaban sombreros de ala ancha y sus rostros estaban tostados por el sol y pulidos por el frío de los caminos. Encontramos estos jinetes alrededor del lago Namtso. 

Sus caballos eran pequeños, eran caballos de Nangchen, autóctonos de Tibet, como los llamados ponis del Himalaya. De ellos hablaba Michel Pesissel en su interesante libro “Los últimos bárbaros”, que me acompañó durante el viaje.   




 
Decía Peissel que el control de un territorio tan vasto como el Tibet sólo era concebible para un pueblo de jinetes. Una vez al año los nómadas de Nangchen se reúnen para una curiosa cacería: “Las chicas casaderas más guapas se ponen sus mejores galas, se cubren de turquesa, coral, plata y ámbar, se aceitan las trenzas, las blusas de seda más bonitas les acarician los senos, se aflojan el cinturón de las chubas para poder montar a horcajadas…Los chicos eligen…y ellas, por su parte, sopesan a los pretendientes y también hacen sus elecciones. El éxito dependen de la velocidad de los caballos y de la agilidad de los jinetes.”

Peissel fue el descubridor del origen del río Mekong en las tierras heladas del “techo del mundo”. En su libro recoge estos dichos tibetanos:
“Así como una cabra no se refugia en la llanura,
 el hombre de verdad no vive en la comodidad”
 “Quienes no aman la comodidad, pueden realizar mil hazañas.
 Quienes no aman las dificultades, no pueden superar ni una.”

 
En los viajes he vivido muchos momentos en los que se prescinde de la comodidad y hay que superar dificultades para estar donde se quiere estar, para ser espectadores de lo maravilloso. En la vida sucede igual.
Mirando como galopaban en sus pequeñas cabalgaduras pensé que la vida de aquellos jinetes tibetanos carecía de comodidad, y que requería esfuerzo, inteligencia y siglos de adaptación a una tierra áspera y bella: Tibet.
 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

 

GYANTSE Y EL KUMBUM

Gyantse está a 254km de Lhassa. En el trayecto vimos el Lago Yamdrok. Al llegar a Gyantse nos recibió el Dzong, la Fortaleza mejor conservada del Tibet, sobre una colina. La población estaba a 3.977 de altitud. Nos pareció muy tranquila y con encanto. Conservaba la antigua muralla rojiza y las casas tradicionales, de adobe y encaladas. Los marcos de puertas y ventanas estaban pintados de negro dándoles la forma trapezoidal. Paseamos por las calles terrosas de su casco antiguo. 

.



Su nombre significaba en tibetano "cumbre de la victoria", por su colina, donde lucharon los soldados tibetanos contra los británicos. La ciudad tuvo su esplendor en los .s XIV y XV. Fue conocida por la elaboración de alfombras con lana local y actividades madereras. Empezó a decaer en el s. XV, pero continuó el comercio con India.



El Monasterio Palhkor (o Pelkor Chode) de 1427, mezclaba arquitectura tibetana y nepalí, con alguna influencia han. Sobrevivió a la invasión británica en 1904 y a la destrucción por la Revolución Cultural China en 1959. En la sala principal del monasterio, donde se reunían los monjes a rezar, había un gong enorme. No faltaban los calderos de bronce con mechas encendidas y alimentadas con mantequilla líquida. También tenían una preciosa Biblioteca con los libros de tablillas envueltos en sedas.




Alrededor del monasterio había otras stupas budistas blancas y las ruedas de oración de latón dorado. Los peregrinos, ataviados con sombreros y sus mandiles listados, las hacían girar en el sentido de las agujas del reloj.



En el interior del Monasterio Palkhor estaba el Chorten Kumbum, una maravilla arquitectónica  impresionante, con 10.000 estatuas y 77 capillas. Chorten es el nombre tibetano de las stupas budistas del Himalaya. El Kumbum era una estructura circular, de 35m de altura, con nueve niveles y diferente a otras stupas. En el último nivel había una gran estatua de bronce de Shakyamuni Budi, de 8m de alto y 14 toneladas de peso. En la parte superior tenía los ojos de Buda y estaba coronada por una cúpula de oro.
 



Las capillas eran recintos diminutos y tenían estatuas de Buda y otras divinidades protectoras, y pinturas murales coloridas del s. XIV. Una de las deidades tenía 3 caras y 8 brazos. Las estatuas dañadas en la Revolución Cultural China se sustituyeron por otras de arcilla. El conjunto formaba un mandala tridimensional que representaba el cosmos budista, y ayudaba en el camino hacia la iluminación del Buda. Una stupa impresionante. Al día siguiente partimos rumbo a Shigatse.






viernes, 1 de octubre de 2010

LOS TÚMULOS DEL LAGO YAMDROK

 

 

Partimos de Lhasa temprano y vimos grupos de soldados chinos, con abrigos gruesos tipo gabán militar, que patrullaban por la noche las calles de la ciudad. En unas horas llegamos al lago Yamdrok, una maravilla natural rodeado de montañas verdosas y con algún pico nevado como el llamado Ninjingkangsan. Era uno de los tres lagos sagrados y mitológicos de Tibet. La superficie era de color turquesa intenso. Desde sus orillas se veían las montañas áridas y las cumbres nevadas del Himalaya tibetano.




Alrededor del lago había túmulos de piedras agrupadas, que colocaban los peregrinos y viajeros, en demanda del favor de los dioses o buena suerte para el camino de la vida. Es una tradición tibetana, pero también existe en otros lugares, como Galicia, País Vasco, Gran Bretaña o Francia. Hay túmulos funerarios y túmulos sagrados o espirituales, dólmenes o menhires. En Galicia los túmulos de piedras se llaman amilladoiros. Esta foto me la cedió mi amigo Julio Grandal y corresponde a San Andrés de Teixido

San Andrés es uno de los centros religiosos más importantes de Galicia, datado de la época del neolítico. Los muertos viajaban allí para embarcar sus almas con destino a la isla que los celtas llamaban Avalón. Uno de los lugares antiguos en los que se entrelazan paisaje y leyendas. El mundo que nos rodea está lleno de símbolos y misterios. Sólo hay que querer descifrarlos.

APOCALIPSIS MAO

 



En el centenario del nacimiento de Mao Zedong, Manuel Leguineche aportó su visión de la China actual en su libro "Apocalipsis Mao", una mirada actual contemplando el pasado. El libro se editó en 1993, lo leí con interés y posteriormente , en mayo de 1994 viajé a China, uno de mis grandes países míticos.  China, la nación más grande de la tierra después de la antigua Rusia y Canadá, y la única que se ha mantenido unida desde hace tres mil años.

Quiero reflejar aquí algunas de las lúcidas observaciones de Leguineche.

Crítica de Mao y de la “Maolatría”:

“Mao ha envejecido mal, aunque el mito resiste (...) Fue un dictador como Stalin (...) No hizo sino frenar la evolución de China (...) Convenció a los chinos de que no había salvación fuera del dogma. Receloso de los modelos occidentales, saturó el país con el culto a su personalidad (...) Atropelló todos los derechos humanos (...) Mao es hoy una chapa de hojalata más que una doctrina, un talismán, un fetiche, más que una ideología, una curiosidad más que una ideología, una curiosidad más que una militancia (...) Frente a Mao, China ríe con un ojo y llora con el otro (...) El péndulo chino se mueve entre el “Mao que ha cometido errores pero ha sido el revolucionario más grande de la historia de China” y el “Mao ha sido una gran revolucionario, pero ha cometido errores”

“Pasar de política, ser muy bueno  profesionalmente y llevar una vida cómoda eran las tres herejías. Mao condena el hedonismo, las tentaciones materiales”.

Crítica a los Guardias Rojos:

“Asesinos a sueldo del maoísmo, con licencia para torturar y matar” “Prohíben la ducha porque es burguesa, condenan la masturbación porque apaga el celo revolucionario” “No estaban de acuerdo con que en los semáforos el rojo sea el color del stop. Por eso pretendían que el verde fuera el rojo, y el rojo, verde. Los vehículos debían detenerse en el verde y seguir adelante en el rojo por respeto al orden revolucionario”

- Consejos publicitarios: armonía familiar, control de nacimientos, educación de los hijos y unión con los camaradas.

- Los chinos bebían licor de arroz en los cráneos de sus enemigos, y los montones de orejas cortadas, atadas de dos en dos, las transportaban a lomo de mulos.

 Y una última idea final:

“La fuerza convence provisionalmente, la idea encadena para siempre.”

Desde este modesto rincón quiero agradecer a Manu Leguineche su mirada sobre la China milenaria. Él fue un auténtico viajero vocacional, un pionero de su época, y supo contar y reflejar lo que vivió. Creo que merece más reconocimiento del que tiene.

Apuesto por la fuerza de las ideas, pero no las ideas de partidos, de religiones o de sectas; sino por las ideas que hacemos propias, por el pensamiento crítico individual ante el tiempo que nos ha tocado vivir.

En octubre de 2010 volví a viajar por distintas zonas de China y recordé el libro de Leguineche y sus reflexiones sobre este interesante y fascinante país.

Un beso, Manu.
 
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego