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jueves, 10 de septiembre de 2015

MERCADOS FLOTANTES DE BANGLADESH



 

La llegada al mercado flotante de vegetales de Baithakhati fue espectacular. El río arrastraba verdes plantas acuáticas, entre las que se deslizaban las barcas. Era una escena ancestral, que transcurría como hacía siglos. El día estaba grisáceo y con neblina, y eso le añadía un aspecto más irreal. Nos vimos rodeados por grandes barcazas que exhibían en su fondo productos vegetales de todo tipo: calabazas, berenjenas, coliflores, pepinos, tomates…Los barqueros eran hombres, no había ni una sola mujer, ni siquiera entre los compradores.





Vestían de forma tradicional, faldones largos, el casquete musulmán o pañuelos enrollados en la cabeza, y lucían largas barbas canosas o rojizas, teñidas de alheña. Estaban de pie sobre las cubiertas, manejando sus pértigas para desplazarse, y todos miraban fijamente en dirección a nuestra barca. Cruzaban las manos a la espalda y algunos sonreían. Uno más joven me hizo una foto con su móvil. Aproveché para hacer una serie de retratos de rostros musulmanes.





Las embarcaciones estaban muy próximas y podía saltarse de una a otra. Una de las barcas vendía té y pastas tipo tortita con dulce de melaza. Mientras lo tomábamos nos hicieron unas cuantas fotografías. Éramos nosotros los observados. No había un solo turista y por la expectación que despertamos parecía que no se dejaban caer a menudo por allí. Estaban realmente sorprendidos.

Para redondear el día vimos el mercado de arroz de Banaripara, que era el que recomendaban las guías. Pero como el arroz estaba en sacos o en cestas no era tan vistoso y colorido como el mercado de vegetales.
Fue un privilegio y una sensación especial estar inmersos en medio del mercado flotante, como espectadores de su vida cotidiana.




LOS TRABAJADORES DEL COCO



En Banaripara cogimos un barco para navegar por los backwaters de Shorupkhati. En el primer tramo del río Meghna había varias fábricas de ladrillos rojos y grises, con altas chimeneas despidiendo humo. Los hombres excavaban el fango de las orillas, y agrupaban los ladrillos rojos cocidos. Un trabajo duro. También había grandes troncos cortados en las orillas, esperando ser transportados por el río. Nos cruzamos con  barcazas de remo con toldillos. Algunas barcas de motor eran de pasajeros.






En el recorrido paramos en un lugar donde extraían del coco seco la fibra rojiza, la trituraban y quedaba una especie de serrín esponjoso, que resultaba muy resistente.
Utilizaban esa fibra para la construcción de barcos, según nos contaron. También la aprovechaba la industria textil para elaborar hilos, cuerdas, redes de pesca y como relleno para colchones y sillones. Su resistencia y durabilidad la hacían un material adecuado para el mercado de la construcción, como material de aislamiento térmico y acústico. Una variedad de usos que no hubiéramos imaginado.




La escena con la luz dorada del atardecer parecía un cuadro, recordaba a una cuadrilla de segadores en un campo de heno. Otra de las imágenes para recordar del viaje a Bangladesh.