lunes, 10 de octubre de 2005

P.N. CANAIMA Y EL SALTO DEL ÁNGEL

 


La avioneta que nos llevó hasta Canaima solo tenía 5 plazas. Como la mayoría viajábamos en pareja, hubo un sorteo. Tuvimos suerte y pudimos viajar juntos. El vuelo fue corto, de media hora, y no hubo turbulencias. El paisaje desde la avioneta fue espectacular. Las copas de los árboles parecían coliflores, y nubes aisladas proyectaban su sombra formando manchas en la vegetación iluminada por el sol. Los ríos y afluentes de aguas lodosas se veían serpenteando entre el verde exuberante. Hasta vimos un arco iris sobre las copas de los árboles.   


El Parque Nacional de Canaima estaba formado por acantilados escarpados, ríos, saltos de agua y mesetas de cima plana que llamaban tepuyes. El más conocido era el tepui Roraima. Cogimos una barca por el río Carrao hasta el campamento, donde dormimos en hamacas la primera noche. El río era precioso y tranquilo, con vegetación abundante a ambos lados, que se reflejaba en la superficie del agua. Fuimos río arriba y pasamos por una zona de rápidos donde había habido varios accidentes de barcas volcadas. La barca se ladeaba mucho y salpicaba un montón de agua, como si nos lanzaran cubos, llegamos empapados.

La Laguna Canaima tenía aguas color vino rojo, coñac, cerveza o coca-cola, según las versiones que leímos. El color de las tonalidades rojizas y marrones se debía a los taninos de la zona. Formaba un salto de agua espumosa, que los indígenas pemones decían que suavizaba la piel y los cabellos. Nos bañamos en el Pozo de la Felicidad. Pasamos por el Salto del Sapo, bajo una cortina de agua que nos empapó. Otros saltos en la laguna eran el Salto Hacha, Wadaima, Ucaima y Golondrina.





Al día siguiente seguimos por el río Churún hacia arriba. Durante el trayecto encontramos más rápidos y remolinos. Se nos volvió a empapar la ropa. Llegamos al segundo campamento y emprendimos la caminata hasta el Salto del Angel.  

La caminata por la selva del Parque Nacional de Canaima fue preciosa. Tardamos una hora a paso rápido. Cruzamos el río saltando piedras y pasamos a la Isla Ratoncito, donde estaba uno de los miradores. Seguimos caminando entre raíces de árboles que se extendían por el suelo, serpenteando y cruzándose entre sí. Había lianas, musgo, líquenes y grandes hojas que podrían cubrir un cuerpo. El ambiente era muy húmedo. Se veían mariposas, hormigas y otros insectos. 

Descansamos en el Mirador del Salto del Angel, sentándonos en unas rocas desde donde podía contemplarse la cascada. La pared de roca oscura de casi 1km de vertical se erguía ante nosotros. El chorro de agua blanca caía espumoso, y el viento esparcía las gotas en spray. Llegamos hasta la poza a los pies del salto y nos bañamos en aquella piscina natural. Nos refrescó el calor de la caminata. 

Para mirar el principio del salto teníamos que forzar el cuello. Tenía una altura de 979m, que era 16 veces la altura de las Cataratas Niágara. El nombre se lo dio el piloto americano Jimmie Angel, que hizo un aterrizaje de emergencia en la cima con una pequeña avioneta de cuatro plazas. Debía ser parecida a la avioneta que nos trajo a Canaima. Leí que Angel iba con su mujer y dos compañeros, y que les costó una odisea de once días bajar desde la roca hasta encontrar gente. Conociendo la historia contemplamos aquella altura con respeto. Cuando murió Angel quiso que esparcieran sus cenizas allí. 




viernes, 7 de octubre de 2005

EL DELTA DEL ORINOCO



Desde Tucupita emprendimos el viaje por el Delta del Orinoco, uno de los mayores deltas del mundo. Era un laberinto de islas con centenares de canales estrechos llamados caños. Las aguas del Orinoco eran de color café con leche y bajaban con grupos de verdes plantas acuáticas, que formaban islas flotantes arrastradas por la corriente. En las orillas la vegetación era frondosa, con palmeras y manglares. Nos cruzamos con pequeñas barcas y con pescadores extendiendo las redes. En el trayecto vimos tucanes con franjas amarillas en el pico, monos de pelaje rojizo en la arboleda y búfalos de agua con grandes cornamentas curvadas.













Tras varias horas de navegación nos detuvimos en un campamento. Una de las mujeres nos preparó la comida. Se sentó en el embarcadero y con un machete grande empezó a quitarle las escamas a un gran pescado. Preguntamos el nombre y dijo que era un “morocoto”. Acompañaron el pescado con arroz, fríjoles y banana frita. Luego nos tumbamos en las hamacas.

Cogimos de nuevo la barca y nos adentramos en canales más estrechos. En esos caños la vegetación de las orillas es exhuberante y está más próxima. Vimos delfines oscuros, jugando y saltando. Eran tan rápido y tan imprevisible el lugar por donde asomarían que aunque les seguimos con la barca no pudimos fotografiarlos. Encontramos una tortuga pequeña posada sobre el tronco cortado de una palmera. En seguida se sumergió al acercarnos.

Paramos en uno de los caños más angostos y bajamos a tierra, pisando terreno pantanoso. El barquero nos mostró la planta del cacao, el árbol del palmito, las toronjas, ají picante y unos frutos rojos pequeños que se usaban como colorante. Vimos tarántulas, escondidas en una planta tipo palmera baja. Era negra y peluda, más grande que mi mano. Estábamos junto a ella y nos agachamos para verla mejor, aunque con precaución. Pero Luis, nuestro barquero, colocó su mano a un centímetro de la tarántula y ni se inmutó. Dijo que si no se la atacaba no hacía nada. La tarántula nos ignoró, pero los mosquitos del pantanal nos acribillaron.













Visitamos una comunidad de los indios warao. Leímos que “wa” significa “canoa” y “rao” significa “hombre”. Esas comunidades solían estar aisladas por familias, repartidas en las orillas del Orinoco. En todas se distinguían las hamacas colgantes, meciéndose con alguien que contemplaba el paso del río y del tiempo. En la aldea subimos a una curiara a remo, la embarcación tradicional tallada en un tronco vaciado. Fue muy relajante deslizarnos con la curiara por el río, en el silencio de la jungla, contemplando el reflejo de los árboles en la superficie del agua.








sábado, 1 de octubre de 2005

PLAYAS VENEZOLANAS Y RÍO CARIBE















Río Caribe era un pueblo de pescadores en la costa del Mar Caribe. Fuimos al puerto a buscar una barca que nos llevara a las playas. Encontramos una barca de bonito nombre, el Pancito Carúpano. Nos llevó a Playa Medina, la más lejana y con fama de ser una de las más bonitas del país. Tenía forma de media luna y un gran palmeral denso y abundante. Por detrás de las palmeras cocoteras asomaban las altas montañas. El agua estaba tranquila y azul. Fue nuestra playa favorita del viaje por Venezuela.

Nos instalamos a la sombra de un chamizo o bohío, como los llaman los venezolanos, y nos bañamos en el mar. En la parte de atrás de la playa había chiringuitos que preparaban platos de pescado asado con “contornos”, que era como llamaban la guarnición: arepas, ensalada y banana frita. Un plato completo. Tras la comida nos recogió la barca Pancito Carúpano y nos llevó a la playa de Uva, más pequeña y también bonita, donde nos dimos otro chapuzón. La última del día fue la playa el Caracolito, con un buen palmeral, aunque no grande como el de Playa Medina. La costa entre las playas la formaban acantilados rocosos que fuimos bordeando con la barca.















El pueblo de Río Caribe nos gustó, con sus coloridas casas coloniales de planta baja, con rejas en las ventanas. Las fachadas estaban pintadas en tonos pastel: rosa, verde, azul, amarillo…La plaza Bolivar era el centro y tenía una iglesia colonial del s.XVIII, que destacaba por su blancura entre las verdes palmeras. Por las calles se veían coches antiguos, modelo Chevrolet, como en Cuba.
















Otra de las playas venezolanas que nos encantó fue Playa Colorada. Estaba bordeada por palmeras y con islas rocosas. La barca “El barón de Dios” nos llevó a hacer buceo con tubo a La Piscina, una barrera coralina de aguas tranquilas. Bordeamos las islas Arapito y Arapo. La barca nos dejó en un islote entre las dos islas y nos recogió horas después. El agua estaba tranquila y tenía tonalidades azul verdosas. Buceamos y nadamos desde la isla de Arapito a la de Arapo. Vimos corales laberinto y otros que parecían ramilletes de flores lilas y naranjas. Entre las rocas había muchos erizos negros de largas púas y con el cuerpo rojo. Había peces de rayas negras y amarillas, o azulados y bandadas de peces diminutos plateados que nadaban juntos. Fueron días fantásticos. Y Venezuela tenía muchos más atractivos, además de sus preciosas playas.







jueves, 21 de octubre de 2004

LA GRAN BARRERA DE CORAL AUSTRALIANA

 

Desde Port Douglas hicimos una excursión en barco para hacer buceo en la Gran Barrera de Coral, el mayor arrecife de coral del mundo, que se extendía a lo largo de 2.600 km de longitud y podía apreciarse desde el espacio. El barco tardó una hora y cuarto en llegar y a lo largo del día hicimos tres inmersiones en sitios diferentes. En el grupo algunos eligieron hacer submarinismo con bombonas y nosotros elegimos snorkel, el buceo con tubo y aletas, y vimos maravillas.  

Los corales tenían colores vivos: verde, amarillo, lila o azul eléctrico. Se distinguían dos tipos de coral: el blando, con aspecto esponjoso y mullido, y el duro, con aspecto de roca o arborescente. Vimos el que llamaban coral cerebro, porque los surcos en laberinto recordaban precisamente a un cerebro. Decían que la Gran Barrera de Coral era el ser animal vivo más grande del mundo. En realidad, era una acumulación milenaria de muchos esqueletos de colonias de corales.




Entre los corales había una explosión de vida submarina: cientos de peces de todas las formas y colores posibles. Leímos que había “400 tipos de coral, 1500 especies de peces, 400 de medusas, peces león, 7 especies de peces payaso con sus anémonas, meros patata de 2m de largo y más de 200 kg de peso…” Distinguimos alguna medusa transparente y nos alejamos de ella pensando en la venenosa yellowfish. También nos alejamos de un tiburón que nadaba por allí.

Vimos ostras gigantescas de un metro, con la boca abierta succionando plancton. En el fondo había un árbol marino con muchas ramificaciones, y algunas estrellas de mar y peces gruesos posados como gusanos.



Fueron curiosos unos peces feos y gordotes, de labios gruesos y color azul, que llamaban baber fish. En la última inmersión que hicimos con un monitor, nos enseñó tres Barber juntos. Los peces payaso nadaban siempre en pareja y se escondían entre los largos dedos de las anémonas. No eran rojos y blanco, como habíamos visto en Filipinas, sino de color naranja con franjas blancas. Había peces azul eléctrico con la cola amarilla, negros con la cola blanca, verdes con toques de azul y rosa, rosados con manchas negras, amarillos con franjas negras, amarillos con la cola blanca, transparentes…

Muchos peces los teníamos al alcance de la mano. Alguno hasta miró insolente el objetivo de la cámara. Estábamos invadiendo y perturbando su entorno. Aunque el turismo ecológico era una forma de conservación. De hecho, el barco echó el ancla en un sitio marcado por unas boyas, en una zona más profunda para no dañar el coral, y nadamos un poco. Los monitores nos explicaron con mapas las zonas del arrecife de coral donde nos sumergimos. Y mostraron fotografías grandes de los diferentes peces y formas de vida marina. Muy interesante y didáctico.


Uno amarillo y azul se llamaba pez ángel, y el alargado era el pez trompeta. Había peces muy pequeños que nadaban en grupo, formando como una bola. Cuando notaban una amenaza porque pasábamos cerca, se dispersaban bruscamente, como si estallara la bola. Algunos peces se quedaban unos momentos inmóviles, dejándose mecer por las olas.


El inglés James Cook fue el primero en realizar una exploración científica de la zona tras encallar su barco el Endeavour en el arrecife, el 11 de junio de 1770, y permanecer seis semanas en la zona mientras se reparaba. Debió alucinar con lo que vio, como nosotros. Regresamos eufóricos a Port Douglas.

Usamos una cámara submarina desechable de Fotoprix, puro plástico. No creíamos que pudiera reflejar toda la belleza y la vida que vimos aquel día. Pero nos equivocamos, las fotos salieron muy bien, y fueron un buen recuerdo. El Parque Marino de la Gran Barrera de Coral, con su biodiversidad, eran un merecidísimo Patrimonio de la Humanidad. Fue una gran experiencia el snorkel en la Gran Barrera de Coral, una maravilla natural.