Fuimos caminando por una carretera de montaña con vistas al lago Atitlán, hasta llegar a Santa Catarina de Palopó. El pueblo estaba escalonado en una colina y era muy tranquilo. Las mujeres llevaban huipiles en los que predominaba el color azul eléctrico de fondo. Vimos varias mujeres tejiendo telas. Jugamos con los patojos, el apelativo cariñoso de los niños, y pregunté a las tejedoras cuánto tardaban en elaborar una tela. Las de más trabajo por el dibujo se hacían en dos meses, y las más sencillas en tres semanas.
martes, 19 de febrero de 2008
HUIPILES Y PANZAS VERDES
Fuimos caminando por una carretera de montaña con vistas al lago Atitlán, hasta llegar a Santa Catarina de Palopó. El pueblo estaba escalonado en una colina y era muy tranquilo. Las mujeres llevaban huipiles en los que predominaba el color azul eléctrico de fondo. Vimos varias mujeres tejiendo telas. Jugamos con los patojos, el apelativo cariñoso de los niños, y pregunté a las tejedoras cuánto tardaban en elaborar una tela. Las de más trabajo por el dibujo se hacían en dos meses, y las más sencillas en tres semanas.
lunes, 18 de febrero de 2008
LA CANTINA DONDE LLORAN LOS VALIENTES
domingo, 17 de febrero de 2008
LOS VOLCANES DORMIDOS DE GUATEMALA
viernes, 30 de noviembre de 2007
EL SIFONAZO ARGENTINO
jueves, 29 de noviembre de 2007
EL SUEÑO DE BORGES
Imaginad un teatro repleto de miles de libros, con estanterías repartidas en los palcos. Un palco pequeño tiene a la entrada el cartel de “Sala de lectura”, aunque por todas partes hay sillones en los que montones de gente hojean y leen libros, absortos en su paraíso. El sueño de cualquier lector y amante de la literatura. El sueño de Borges, tal vez. Pero no es un sueño: existe. Está en Buenos Aires, la ciudad natal del escritor, y se llama “El Ateneo”.
En el escenario, entre cortinajes de terciopelo rojo, hay un café con actuación de música de piano en directo. Pedimos cortados, que nos sirvieron con una galleta de chocolate y un vaso de agua, como se hacía antaño, mientras degustábamos el hojeo de un libro. Me pareció estar dentro de un sueño y pensé que aquel lujo de librería sólo era posible en Buenos Aires, una de las ciudades del mundo con más librerías por metro cuadrado. Me pregunté cuánto tiempo más sería rentable. Le deseo muchos años de vida a “El Ateneo”. Allí nos quedamos una tarde fascinados por aquel entorno único y especial. Un lugar para recordar.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
BARILOCHE
San Carlos de Bariloche,
abreviada
Bariloche, era el centro turístico de la Región de los Lagos en
Argentina. La ciudad estaba a 700m de altitud, junto la Cordillera de los
Andes. Tenía una arquitectura alpina con un toque propio de la Patagonia,
al utilizar maderas nobles locales y una construcción única de piedra.
Subimos al Cerro Campanario, primero en taxi y luego en telesilla. La panorámica era de 360º, impresionante. Desde todos los ángulos se veía el Lago Nahuel Huapi, salpicado de verdes islas y rodeado por montañas nevadas. Bariloche era una estación de esquí, pero en primavera tenía un paisaje espectacular. Por la carretera y por todas partes se veían grupos de flores amarillas, tipo retama, que florecían en noviembre. Las aguas del lago tenían un color azul brillante y lucía el sol. En la cima había un restaurante semi circular con ventanales panorámicos, y allí nos sentamos a contemplar el bello paisaje.
Al día siguiente
embarcamos en un catamarán grande que nos llevó a la Península de Quetrihue. Las
montañas con cumbres nevadas se reflejaban en la superficie lisa del lago. Bajamos
y recorrimos unas pasarelas de madera a través del bosque de Arroyanes,
que era único en el mundo. Los arroyanes patagónicos se caracterizaban por su tronco
color canela anaranjado. No tenían corteza y por eso su tacto era frío y
parecido a una piedra lisa. Tenían algunas manchas blancas en los troncos. En
la parte alta tenían hojas verdes, pero en todo el bosque predominaban los
tonos anaranjados.
En medio del bosque de arrayanes había una coqueta cabaña de madera que, según decían era en la que se había inspirado Walt Disney para su película “Bambi”. Comimos bocadillos en la Playa del Toro, sentados en un tronco grisáceo fosilizado. Una pareja de patos con seis crías se acercó a curiosear y luego se metieron en el agua. Cerca de la playa había unas pinturas rupestres muy sencillas.
lunes, 26 de noviembre de 2007
NAVEGANDO POR LOS CANALES CHILENOS
Desde Punta
Arenas embarcamos en el Evangelistas, de la naviera Navimag, un barco de
carga que transportaba ganado y pasajeros. Embarcamos a la una de la
madrugada y nos pusimos a dormir. Pasamos por el Estrecho de Magallanes
y a las siete nos despertó la megafonía informando de que pasábamos por La
Angostura, el paso más estrecho de todo el trayecto.
La tripulación nos informó de que íbamos a recorrer 1.500km en los tres días de travesía por los Canales Chilenos en el Océano Pacífico. Pasamos por el Golfo del Almirante Montt y a lo largo del día por los canales de Santa María, el estrecho Collingwood y el canal Sarmiento. El mar estaba muy tranquilo, al pasar entre canales, pero ya nos avisaron que después sería movido.
Nos dejaron entrar en el Puente de Mando a curiosear. Vimos los instrumentos de navegación y pantallas de monitores que indicaban la profundidad del fondo marino. La tripulación nos enseñó un compás magnético, los cronómetros que medían la velocidad del viento y otros instrumentos que indicaban la posición y la dirección del barco. En el cuaderno de bitácora indicaban las horas en que finalizó la carga y la hora de zarpe de madrugada. Había dos pilotos y el capitán. Uno de los pilotos manejaba el compás sobre una carta marítima. Aunque tuvieran tantos instrumentos y GPS, el cálculo manual seguía siendo imprescindible.
Vimos el Glaciar
Amalia, la lengua de hielo bajaba de la montaña. Las crestas del glaciar
estaban manchadas de barro por la morrena. En el frente del glaciar se
apreciaban los tonos azules y también las grietas.
La tripulación nos ofreció interesantes charlas a bordo sobre los indios Kawesqar, sobre Puerto Montt y el archipiélago Chiloé y sobre los modismos chilenos. También proyectaron películas y tuvimos numerosas tertulias con otros viajeros, confraternizando con ellos y con los tripulantes en el transcurso de los días.
Desembarcamos en Puerto Edén. Como no había un puerto grande vinieron a buscarnos embarcaciones pequeñas. El día estaba brumoso y lloviznó. Puerto Edén era una pequeña población de pescadores con una comunidad de indios Kawesqar. El día anterior nos dieron una charla interesante sobre estos indígenas, que no habían podido adaptarse al llamado “progreso”.
Pasamos por la Angostura Inglesa de unos 180m de anchura, y por el Canal Messier, que era el más profundo con unos 1300m. Allí estaba el Bajo Cotopaxi donde naufragó el barco inglés que le dio nombre. Posteriormente naufragó otro barco en 1970, el griego Capitán Leónidas, pero no se había hundido. Su casco oxidado y con musgo en la cubierta permanecía a flote en la superficie del mar, como un fantasma. La Armada Chilena había colocado un faro. Pasamos junto al pecio y lo vimos con los prismáticos desde el Puente de Mando. Lo vimos en el radar convertido en una raya amarilla. El radar también captaba las olas como pequeñas rayas.
Después pasamos por el Golfo de Penas, en mar abierto, donde el Océano Pacífico mostraba la falsedad de su nombre. Era la zona austral de Chile, conocida por sus temporales y fuertes vientos y corrientes marinas . El barco empezó a bascular, meciéndose de un lado a otro. Nos situamos en la cubierta exterior de popa, más protegida del viento. Con un grupo de pasajeros jugamos a mantener las piernas abiertas y perdía el que primero dejara el punto de apoyo. Al superar el Golfo de Penas la tripulación nos informó de que las condiciones de la travesía fueron favorables, con vientos de 30km y olas de 5m de altura, pero podían llegar a 12m o más. Evitamos el mareo tomando las pastillas, pero no fue el caso de otros pasajeros. Así que tuvimos mucha suerte.
El último día navegamos por la Bahía Anna Pink, por el Canal Pulluche, el Canal Moraleda (uno de los más anchos, con 4km) y por el Golfo de Corcovado. Al despertar llegamos a Puerto Montt, el final de trayecto. Fue un crucero poco convencional y fantástico, donde disfrutamos de paisajes únicos y maravillosos.