martes, 13 de octubre de 1998

EL MERCADO DE DIMEKA


Cada día en el viaje por Etiopía parecía superar al anterior. Y aquel día en la ruta por el surcerca del río Omo, fue especial. Desde Konso y Weyto fuimos al mercado de Dimeka. Por el camino vimos a los primeros Hamer, una etnia que conservaba su indumentaria tradicional tribal. Las mujeres llevaban pequeñas trencitas colgando en una melena corta, y untadas con una pasta rojiza, elaborada con grasa y el colorante que obtenían de machacar las cochinillas., según nos dijeron, aunque también mezclaban barro con grasas animales. Era similar a los Himbas de Namibia.



Usaban pendientes diversos horadando los lóbulos de las orejas, y a veces unos simples tronquitos. Los collares y bandas ornamentales de varias hileras de cauris, las conchas africanas, tapaban a medias los pechos de las mujeres. Una mujer llevaba colgada una llave, no sabíamos si abriría algo o era decorativa. Vestían una falda hecha de pieles con adornos de abalorios de colores. Una vestimenta que apenas había variado en siglos. 

Algunos hombres tenían escarificaciones y también llevaban collares, brazaletes y el pelo trenzado, o usaban sombreros peculiares. La decoración de sus cuerpos era reflejo de status social.


En el mercado de Dimeka la gente estaba ocupada con sus tareas, la mayoría sentadas en el suelo terroso, ofreciendo sus productos.. Utilizaban las calabazas como recipientes para la leche, cereales de distintos tipos o mantequilla. Vimos un hombre saciando su sed, bebiendo directamente de la calabaza. También vendían gallos vivos, tubérculos o bananas; compramos un racimo de diez bananas por 1 birr, la moneda etíope. Al lado había otro mercado de ganado, con vacas, bueyes y cabrasLos Hamer se dedicaban a la agricultura y al pastoreo. Más que las mercancías en sí, no nos cansábamos de ver el ambiente y la indumentaria de la gente. Fue un viaje en el tiempo.







        


      



lunes, 12 de octubre de 1998

EL CAÑÓN Y LOS POBLADOS ETÍOPES

 

Siguiendo la ruta sur de Etiopía visitamos la región de Konso y sus poblados, considerada Patrimonio de la Humanidad. En ella encontramos cultivos de café, Etiopía era un productor y exportador de café de excelente calidad. También cultivos de maíz, girasoles y algodón con campos de copos blancos, y nidos grandes colgando de los árboles. También vimos cestas que colocaban en las ramas los aldeanos para que las abejas usaran como colmenas, y poder recoger la miel.

Fuimos a visitar el poblado de Mecheke, el más bonito que vimos en Etiopía. Estaba en la montaña, en una zona con muchos cultivos en terrazas escalonadas. Las chozas estaban cercadas con vallas hechas con ramas y troncos de árboles, para proteger al ganado de las hienas, y con muros de piedras apiladas. El ganado estaba en la parte baja de las casas, aunque los bueyes, cabras y gallinas campaban a sus anchas. Cántaros de cerámica decoraban la parte superior de los techos de las chozas. 




Vimos mujeres amamantando a sus hijos, lavando y cocinando al aire libre; hombres hilando el algodón con husos y ruecas, y ancianos fumando tabaco. Otros jugaban al juego africano awale, colocando semillas en un tablero con oquedades. Nos enseñaron la Casa de la Comunidad, donde se discutían los asuntos del pueblo.




Junto a unas tumbas representaban al fallecido y sus esposas con tótems de madera llamados waka, en posición vertical. Las tribus de la zona del río Omo también usaban aquellos tótems. Eran de religión animista. La vida parecía seguir igual que hacía siglos en aquel poblado.







Cerca había un cañón de pareces rojizas, llamado Ghesergiyo. La tierra roja intensificaba su color cuando brillaba el sol. Eran formaciones picudas, como pináculos estratificados, modelados por la erosión de las lluvias y el viento. Un paisaje mágico y especial que no esperábamos encontrar allí.




sábado, 10 de octubre de 1998

LOS DORZE Y EL P.N. NECHISAR

Partimos desde la capital Addis Abeba hacia el sur para hacer una ruta por el P.N. Omo y Mago. Pasamos por Tiya, donde se conservaban unas piedras funerarias con símbolos e inscripciones. Paramos en Shashemene y Arba Minch, situada a los pies de las colinas del Valle del Rift, entre dos grandes lagos, el lago Abaya y el lago Chamo. El nombre de Arba Minch significaba en amharic “cuarenta fuentes”. 

 

Desde Arba Minch fuimos a Chencha, un pequeño poblado donde vivía la etnia llamada “dorze”. Sus chozas de cañizo tenían una forma característica que recordaba a un elefante visto de frente, con la trompa hacia abajo. Los niños nos rodearon en seguida, y nos acompañaron en el paseo. Entramos en una de las chozas. El interior estaba muy oscuro y tardamos en acostumbrar los ojos. Tenían una pequeña antesala, luego los utensilios de cocina y un camastro en el suelo.



En el interior de otra choza vimos dos hombres trabajando en unos telares. Pasaban los hilos blancos de algodón con habilidad y rapidez, y nos enseñaron una pieza acabada con una cenefa de colores: era la pañoleta que se colocaban las mujeres sobre la cabeza y el cuerpo. Los Dorze eran conocidos por su fabricación de tejidos, elaborando las shama, unas túnicas de colores con dibujos geométricos, que se vendían en todo el país.

Al día siguiente visitamos el Parque Nacional Nechisar era una de las mejores y más bonitas reservas de África. El primer tramo fue una pista de tierra atravesando un bosque, en el que vimos ardillas y algunos monos correteando. Los troncos de algunos árboles formaban una bóveda sobre la pista. Esta desembocaba en el lago Abaya y el lago Chamo. El lago Chamo era más pequeño, pero en su centro tenía un par de islas volcánicas. El color de las aguas iba del marrón fangoso a un leve rosado, según la luz. En las orillas vimos algún pescador. 

Lo visitamos con un guardia del parque, armado con un fusil. Iba sentado a mi lado, y no sé si tendría el seguro puesto, pero con el traqueteo y los baches, me preguntaba si podría dispararse el fusil que llevaba en posición vertical y la trayectoria que seguiría la bala.


Nech significaba “hierba blanca” en amharic, y la inmensa llanura que se abría tras el bosque estaba llena de hierbas amarillentas y blanquecinas, salpicadas de acacias y otros árboles diseminados. Vimos algunas cebras, gacelas de Grant, algún antílope, gallinas de guinea, mariposas, pavos reales y aves. Creo que en el parque había 70 especies de mamíferos y 350 especies de aves. Disfrutamos poder bajar del coche y andar en silencio entre la hierba, cerca de las cebras. 

Por la tarde dimos un paseo en barca por el lago, y lo contemplamos desde el jardín arbolado del hotel Bekele Molla, un bonito mirador.