En la Península de Malaca cruzamos por un largo puente hasta la isla de Penang. Georgetown era la capital de Penang. Callejeamos y cogimos un rickshaw de bicicleta para dar una vuelta por la ciudad. Fue un paseo agradable, y sentados se veían las cosas desde otra perspectiva. Recorrimos el Paseo Marítimo, el Parque Padang, el Fuerte Cornwallis, el barrio de pescadores, Chinatown y sus templos chinos, y la Pequeña India.
El ambiente era una mezcla de chinos, indios de piel oscura, malayos y musulmanes, cada uno con su indumentaria particular. Malasia era una atractiva mezcla de culturas.
Muchos de los edificios de Georgetown eran del s. XIX. Eran casas bajas de una o dos plantas con porches, y comercios en los bajos, Se veían muchos carteles con caracteres chinos. Los pisos superiores tenían las ventanas arqueadas y pintadas de colores. Los tejadillos eran descendientes y las fachadas de diversos tonos amarillo, rosado, verde manzana o marfil.
También había edificios modernos y rascacielos, como la Torre Kumar, de sesenta y pico pisos. En la calle Penang había muchos comercios antiguos y tiendas de artesanía que mezclaban objetos chinos, indonesios o indios.
La Pequeña India estaba llena de tiendas de saris de seda de colores, y de guirnaldas de flores como ofrendas. Olía a incienso, jazmín y a curry con especias picantes. En los restaurantes servían los chapatis y el yogur lassi. El templo hindú que vimos mantenía su estilo colorista y naïf, lleno de estatuillas y figuritas de dioses.
En el Paseo Marítimo había mucho ambiente. Algunos pescaban, otros dormitaban acariciados por la brisa marina, las familias paseaban y los niños jugaban y hacían volar sus cometas en el parque. El agua del mar tenía un color azul verdoso, aunque estaba nublado.
Al día siguiente cogimos el Funicular, que ascendía por la colina repleta de vegetación de jungla boscosa, en un ángulo de 45 grados. El primer tramo fue de unos 15 minutos, luego hicimos transbordo y cambiamos de funicular, y finalmente llegamos a la cima. La vista era espectacular: toda la ciudad de Georgetown con sus rascacielos emergiendo frente al mar salpicado de barcos, y al otro lado el lago puente que unía la ciudad con la Península.
Se accedía a través de una escalinata de piedra, con tiendas religiosas y de artesanía a los lados. Ofrecían figuritas de Buda de todos los tamaños, posturas y expresiones; de madera, de jade, de hueso o de marfil. Coincidimos en la visita con un colegio de
niños uniformados que jugueteaban por las escaleras.
En todo el templo olían las varitas de incienso que se quemaban en los grandes pebeteros de bronce. La gente se colocaba frente a las figuras de Budas y juntaban sus manos, haciendo una leve inclinación. En la cima de la colina había varios hoteles, restaurantes, una pequeña mezquita con cúpulas amarillas y un templo indio.