viernes, 2 de noviembre de 2001

TEMPLOS Y TREN DE LA JUNGLA


Battambang era la segunda ciudad más grande de Camboya, después de la capital Phnom Penh, pero nos pareció una población tranquila y agradable. Las casas eran de dos plantas, con porches y comercios en los bajos. Por sus calles paseaban monjes budistas con sus túnicas naranja azafrán o de color amarillo. Algunos se protegían del sol con un paraguas a juego. En las orillas del río Sangke había varios templos y un paseo de arboleda con bancos de piedra.




Desde Battambang fuimos de excursión por los alrededores. Alquilamos motos con dos simpáticos chicos. Visitamos el Templo Wat Banan, también en la cima de una colina, al que se llegaba ascendiendo 331 escalones de piedra. Era del s. X y decían que era una réplica en miniatura del Angkor Wat. Estaba bastante deteriorado y lo observamos como un aperitivo de lo que nos esperaba. En el exterior de los templos de dos o cuatro puertas corría el aire fresco, y allí nos sentamos a descansar a la sombra y contemplar las vistas. En seguida se reunió un grupo de gente a nuestro alrededor, a observarnos con curiosidad.



El paisaje era jungla tropical y montañas cubiertas de verde vegetación. Atravesamos un puente colgante. En la cima de otra montaña vimos el templo Phnom Sampeu, llegaba subiendo escalones de piedra. Era un día festivo y muchos camboyanos iban en familia a rezar y hacer ofrendas. Todos nos miraban y sonreían. Los monjes de túnica azafrán, sentados en esteras en el suelo, dirigían los rezos. Hacía un calor húmedo y pegajoso y bebimos unos cocos fresquitos, guardados en nevera.


En la montaña vimos un par de cuevas donde se amontonaban los huesos de cadáveres del genocidio provocado por Pol Pot. Huesos y calaveras almacenadas en una urna grande de alambre, con una descripción en alfabeto khmer. Los habían guardado con llave porque mucha gente que ignoraba qué había sido de sus familiares o dónde estaban sus restos, acudían al lugar a llevarse algún hueso. Formaba parte de la historia oscura del país. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz. Un gran Buda reclinado descansaba en la cueva, un símbolo de los tiempos de paz.



Como colofón final del día hicimos un trayecto en un pequeño “tren de la jungla”. En realidad, era una plataforma de madera sobre ruedas, que avanzaba sobre los rieles con ayuda de un motor. Allí subimos nosotros cuatro, las dos motocicletas y el conductor. Avanzaba rápido chirriando las ruedas con los raíles metálicos. Recordaba las rudimentarias vagonetas de los mineros, pero la plataforma era plana sin paredes ni barandillas para apoyarse.

Como era vía única solo se podía circular en una dirección. Pero encontramos otro tren en dirección contraria. Ambos disminuyeron la velocidad al verse y nos quedamos uno frente a otro. Hubo unos momentos de vacilación, a ver quién desmontaba su tren, y nos tocó a nosotros. Bajaron las motos y quitaron la plataforma y las ruedas. El trayecto duró unos veinte minutos, y aún encontramos otro tren de frente. Pero esta vez les tocó desmontar el tren a los otros.



Viaje y fotos realizados en 2001

jueves, 1 de noviembre de 2001

EL LAGO CAMBOYANO TONLE SAP

 

El trayecto fluvial de Siem Reap a Battambang fue espectacular. En el puerto había varias barcazas cubiertas que servían de tienda flotante, y ofrecían pescado y variedades de frutas: plátanos, piñas, papayas y mangos. A las siete de la mañana subimos por una pasarela de madera y embarcamos en el speed-boat. 

Nos instalamos en el techo del barco para ver mejor el paisaje. Primero atravesamos el inmenso lago Tonle Sap, con 160km de longitud y 20km de anchura. En muchos tramos no se veía la otra orilla, o sólo se distinguía una fina franja de vegetación verde.


Navegamos por las aguas color café con leche del río Sangker, que arrastraba islotes de jacintos de agua y otras plantas verdes. Había muchos árboles medio cubiertos por las crecidas y repletos de densa hojarasca. Al estrecharse el río aparecieron más árboles y palmeras. En el lago había algo de oleaje, pero al adentrarnos en el río Sangker el agua estaba lisa e inmóvil como un espejo. Solo cuando pasaba otra embarcación cerca, la superficie se ondulaba y el barquero disminuía la velocidad. Pasamos por estrechos canales con manglares y zonas pantanosas. 

Durante mucho rato solo vimos agua y verde. Luego fuimos encontrando en las orillas palafitos, las casas de madera construidas sobre pilotes. En la parte exterior de algunas casas se veían grandes tinajas de barro, para almacenar el agua de lluvia. 

Desde las puertas o las ventanas niños y adultos nos sonreían y saludaban con la mano. Grupos de niños se lanzaban al río desde las ramas para bañarse entre risas. Pasamos junto a pescadores que marcaban el perímetro de sus redes con botellas de plástico flotantes, para que las barcas las rodearan sin enredarse en ellas. 


Las casas, a veces, estaban construidas en estrechas lenguas de tierra, rodeadas de agua por todas partes. En ese mínimo terreno vimos algunas vacas blancas comiendo lo que encontraban. Mucha gente vivía en las barcazas cubiertas con un toldo abovedado. Allí vimos como cocinaban, lavaban y tendían la ropa. Tenían esteras para dormir. Eso era vivir en el agua. Lo peor debía ser la lluvia, el repiqueteo y la humedad constante, y la amenaza de crecidas e inundaciones. Un hogar frágil y precario. Madera y barro, agua y lluvia. Todo en un marco de naturaleza verde y frondosa.






Viaje y fotos realizadas en 2001

martes, 23 de octubre de 2001

MERCADOS VIETNAMITAS




Los mercados vietnamitas son curiosos y muy coloridos. La mayoría de vendedoras y compradoras son mujeres y se acumulan sus sombreros cónicos tradicionales. 

Los mercados flotantes con las mercancías transportadas en barcas son espectaculares. Pero también son interesantes los mercados de las poblaciones interiores. Tuve oportunidad de recorrer y curiosear los mercados de Ho Chi Minh, Dalat, Nha Trang, Hué, Hanoi o los del Delta del Mekong. 




Los puestos vendían frutas: mangos, papayas, piñas y especialmente plátanos. Había puestos de hortalizas (pepinos, pimientos, coles), melones, flores, caña de azúcar. También había la sección de gallos y gallinas vivas, encerradas en jaulas de mimbre.




Otros puestos callejeros venden las clásicas baguettes, las barras de pan herencia del colonialismo francés. 

Todos nos ofrecían sus sonrisas. Algunas abuelas tenían sus bocas enrojecidas por mascar la nuez de betel, de efecto ligeramente estimulante.









Viaje y fotos realizados en 1993 y 2001