lunes, 1 de mayo de 2006

IGLESIAS MEDIEVALES Y ZAKOPANE

 


Zakopane era la estación de montaña más famosa de Polonia y capital de los deportes de invierno. Estaba a una altitud entre 800 y 1000m, a los pies de los montes Tatras, la cordillera más grande de los Cárpatos. Cuando fuimos en mayo la temperatura descendió a 5º. Era un pequeño pueblo de casas tradicionales de madera con chimeneas y tejados inclinados para la nieve. El ambiente era el de una estación alpina de esquí, rodeada de bosques. Con la construcción del tren a finales del siglo XIX, se convirtió en una de las zonas de balnearios más populares de Polonia.

La Ulika Krupowki era su calle principal con comercios, cervecerías y restaurantes, de estilo rústico. Había puestos callejeros que vendían quesos ahumados de oveja, típicos de la región, y roscos de pan con semillas de sésamo. Probamos varios quesos, muy sabrosos. 

Después fuimos a la Villa Koliba, una preciosa casa tradicional de 1892, creada por Witkiewiez Albergaba el Museo del Estilo Zakopane. Nos hicieron colocar polainas de fieltro para no dañar los suelos de madera. Visitamos todas las acogedoras estancias y salones de la casa, decorados con todo detalle. Las habitaciones tenían en un ángulo las grandes estufas de azulejos de cerámica. Originalmente funcionaban con carbón, pero las habían adaptado para funcionar con electricidad. Las cortinas, alfombras y colchas de las camas eran coloristas. Las vigas de madera del techo estaban talladas con dibujos florales y geométricos, como los azulejos de la cocina, con cucharones y tazas colgando. Muy acogedora.


Visitamos la Iglesia de Dobro, un pueblo cercano. Estaba construida con madera ensamblada, sin un solo clavo, a la manera tradicional. Era una de las más antiguas de Polonia, de 1490. Decían que el párroco enseñaba la iglesia, pero nos abrió la puerta una chica, y la visitamos con un pequeño grupo de colegiales con su profesora. 

El techo y las paredes estaban cubiertos de pinturas murales coloristas que se conservaban muy bien para no haber sido restauradas. Era un lugar especial, una mezcla de las iglesias rusas y vikingas. El altar era un tríptico grande, y en lugar de campana usaban una especie de xilófono, llamado dulcémele, del s. XV. El exterior de la iglesia también nos pareció muy bonito.

Visitamos las Iglesias Parroquiales, la nueva y la antigua. Y nos gustó el cementerio antiguo Pęksowy Brzyzek, con cruces con tejadillos triangulares y tumbas curiosas. Algunas tenían formas alargadas como tótems tallados en madera; otra tenía una figura tallada con un Cristo de los Dolores, sentado con la cabeza apoyada en su mano, como si estuviera pensativo, una postura inusual. Era el panteón donde descansaban escritores, políticos, escaladores y artistas polacos.




Otra de las iglesias de madera que visitamos fue la Iglesia de San miguel Arcángel en Dębno, a 34km de Zakopane. Era una de las seis iglesias declaradas Patrimonio de la Humanidad, de la provincia (voivodato) de Baja Polonia o Małopolska en polaco. Y una de las iglesias medievales más antiguas de Polonia, de finales del siglo XV, con una cúpula piramidal añadida un siglo más tarde.



lunes, 24 de octubre de 2005

BUCEO EN LOS ROQUES















En Los Roques nos apuntamos a una excursión en barca a la zona más lejana al arrecife de coral de las islas, Boca de Cote. Se tardaba unos cincuenta minutos en llegar. El mar tenía unas tonalidades turquesas preciosas. Parecía tranquilo al principio, pero había mucha brisa y se formó fuerte oleaje. La barca cabalgaba las olas que golpeaban el casco, la proa se levantaba con la velocidad y recibíamos constantemente una ducha de agua salada.

Hicimos snorkel, el buceo con tubo y vimos corales en forma de laberintos, arborescentes o cilindros verdes. Los peces también eran de gran variedad: amarillos con rayas grises, azul eléctrico, negros, plateados, cebras, arcoiris, tigres…azul claro con los labios rosas o blancos y peces alargados con el morro en forma de espátula. Algunos estaban agrupados en grupos de diez o más, bajo el saliente de algún coral y se quedaban inmóviles, dejándose mecer por la corriente. Donde había corales la profundidad era poca, pero llegaba un momento en que la pared de coral acababa, el color del agua cambiaba y se abría una profundidad vertical.



Paramos en un palafito abandonado, habitado por pelicanos y otras aves que descansaban en las maderas del embarcadero. Junto a él había un banco de arena con un islote blanco formado por grandes caracolas.

Luego el barquero nos dejó en la Isla Crasquí. Todas las islas tenían nombres terminados en “quí” que venía de la palabra inglesa “Key”, cayo en castellano. Allí hicimos otra inmersión fantástica y encontramos más peces de lo que esperábamos.

Otro día fuimos a la Isla Francisquí, más cercana. La zona para hacer snorkel se llamaba La Piscina, porque quedaba protegida por una barrera de coral bien visible, donde rompían las olas. Nadar entre los peces y corales, rodeados del silencio marino, fue una de los grandes experiencias del viaje por Venezuela.




























jueves, 20 de octubre de 2005

EL ARCHIPIÉLGAGO LOS ROQUES



El archipiélago Los Roques de Venezuela tenía el arrecife de coral más grande del Caribe. Era Parque Nacional Maríno, formado por un conjunto de islas y cayos de las Antillas Menores. Llegamos en una avioneta de 19 plazas de la compañía Aerotuy. La vista del archipiélago de islas coralinas desde el cielo era precioso. El vuelo fue suave, sin turbulencias, aunque otros viajeros nos habían contado historias sobre incidencias por los fuertes vientos. Aterrizamos en la Isla Gran Roque, la única habitada. El aeropuerto era mínimo, con una torre de control que parecía casi provisional.



En la isla había poca vegetación, pero algunas palmeras y árboles de poca altura ofrecían sombra, y daban un toque de verdor. El pueblo lo formaban tres calles arenosas, paralelas al mar, con casas de colores de planta baja. Subimos al Faro de la colina, para contemplar las vistas. Luego dimos un paseo y vimos bastantes niños en una escuela. No había vehículos de ningún tipo y las calles eran de arena, se podía ir descalzo todo el día. Las casas eran bonitas, con porches y plantas, y algunas estaban adornadas con barcas en las puertas. La mayoría de las casas eran de estilo marinero, y quedaban algunas casas coloniales con rejas en las ventanas. Era un lugar bonito y tranquilo.















Las playas de arena blanca eran preciosas. El color del mar Caribe era una combinación de franjas azules y verde transparente. Disfrutamos de los baños y de la puesta de sol. Contemplamos el espectáculo de los pelícanos que se lanzaban en picado al mar para atrapar los peces. Vimos como se les ensanchaba el cuello al tragar. Algunos parecían kamikazes, y vimos uno que en la rapidez de la bajada chocó contra el lateral de una barca. Nuestra presencia cercana les era indiferente, debían estar acostumbrados y no huían. Al día siguiente alquilamos una barquita para hacer excursiones por otras islas del archipiélago.







 

martes, 18 de octubre de 2005

CIUDAD BOLIVAR Y LA GRAN SABANA

 

Ciudad Bolívar era una población colonial a orillas del río Orinoco. Su casco antiguo tenía bonitas casas con ventanas con verjas de hierro forjado, y fachadas pintadas en colores. Las casas del Paseo Orinoco tenían porches con algunos restaurantes de pescado. En el Mercado Carioca vendían papelón, los jugos de caña de azúcar, y de frutas. Había tiendas de ropa y zapaterías. Nos gustaron sus posadas coloniales con patio como la Posada San Carlos.


Visitamos el Museo Ciudad Bolívar en una mansión colonial con un patio porticado con plantas y ánforas grandes. Estaba dedicado a las Artes Plásticas. La obra más original era una caja con compartimentos, en la que había tubos de ensayo de laboratorio con fotos de personas dentro, y pequeños objetos simbólico. Entramos en el Palacio del Congreso, donde se había reunido Simón Bolívar con otros líderes políticos para conseguir la independencia. Por eso en todos los pueblos y ciudades había una plaza dedicada a Bolívar. Al atardecer vimos una puesta de sol en el Mirador Angostura.


Desde Ciudad Bolívar cogimos un autobús nocturno en un trayecto de pnce horas hasta Santa Elena de Uairén. Nos pararon en varios controles policiales. A las dos y a las cinco de la madrugada subieron policías armados a pedirnos los pasaportes a todos los pasajeros. Y a las siete de la mañana tuvimos que vaciar por completo todo el contenido del equipaje. 

Santa Elena de Uairén era una población del sureste de Venezuela, cercana a la frontera con Brasil. Era un pueblo minero, por todas partes se veían sitios de compraventa de oro y diamantes, con hombres de aspecto rudo en la entrada. Curioseamos los comercios, la mayoría de ropa, licorerías y de carne, pescado o verduras.

Allí contratamos una excursión de un par de días para ir a la Gran Sabana con Ricardo, un loco maravilloso que nos hizo de guía. Dijo que el 80% de la excursión sería agua, y así fue, nos pasamos casi todo el tiempo en remojo, bañándonos en ríos y cascadas.

Fuimos al Arapena Meru (Meru significa cascada en lenguaje indígena), un salto de unos 100m de ancho, donde el agua caía espumosa y con fuerza, en chorros blancos y fangosos. Ricardo dijo que pasaríamos por detrás. Fue increíble. Dejamos las sandalias y las cámaras y nos pusimos los calcetines para no resbalar en las rocas. Nos metimos en un estrecho pasillo de rocas, por detrás de la cortina de agua que caía a chorros. Allí estábamos empapados, riendo y colocándonos bajo los chorros de agua, como una ducha potente. En algunos tramos tuvimos que agacharnos entre las rocas, con el agua al cuello, y en otros saltar y trepar en aquel estrecho pasillo. Recorrimos unos 50m por detrás de la cascada. Fue alucinante y salimos eufóricos.

Cascadas Arapena Meru. Pasamos por detrás de los chorros de agua

Para llegar al Salto de Aguas Frías hicimos una buena caminata bajando un cañón hasta los pies de la poza natural que formaba la cascada. Las aguas hacían honor a su nombre y estaban muy frías. Ricardo nos aconsejó quedarnos en calcetines para subir a las resbaladizas rocas con musgo, y tirarse desde ellas. Los calcetines ayudaban a que el pie se adhiriese a la superficie. Jugamos, reímos y nos bañamos.

El final de la excursión del día fue el Tobogán Soroapa. Era una quebrada de rocas de color rosado y rojizo, de jaspe. Allí podía deslizarse el cuerpo, dejándose arrastrar por el agua, como un tobogán acuático. Había que levantar la cabeza y colocar las manos en el pecho para no hacerse daño. 

La Quebrada del Jaspe tenía tonos rojizos, anaranjados y en algunas zonas amarillo con vetas negras. A esa parte la llamaban la piel del tigre, por su similitud. Con el sol los colores del jaspe eran más intensos. Los tepuis nos rodearon todo el día, eran formaciones rocosas de paredes verticales y cumbres planas, tipo meseta del altiplano. Por la mañana temprano eran azules, y con la luz del día iban cambiando al verde oscuro. Decían que eran las formaciones más antiguas de la tierra, con millones de años de antigüedad, y que por las dificultades de acceso a su cima la flora y fauna eran únicas, permanecían intactas. 



Al día siguiente fuimos a la misión Kavanayán y al Kamá Meru (Salto Kamá), una catarata de 50m de altitud. Para llegar alquilamos una barca por el río, un trayecto relajante contemplando la vegetación de las orillas. El Salto Kamá era espectacular. Pudimos acercarnos a la base y quedamos envueltos en la luvia de finas gotas que desprendía. Los chorros caían espumosos, blancos y dorados. Volvimos a Santa Elena con arañazos, magulladuras y picaduras de jején, el mosquito conocido como puri-puri. Pero fue una excursión fantástica y disfrutamos mucho con Ricardo, nuestro loco maravilloso, que nos contó mil historias y nos contagió su entusiasmo.