jueves, 3 de octubre de 2002

LAS CATARATAS DE IGUAZÚ


Desde Foz de Iguazú fuimos en autobús hasta la entrada del Parque de Iguazú. Un autobús interno nos llevó hasta el inicio del sendero de las cataratas. Primero oímos el rugido del agua, y luego las vimos. Frente a nosotros se extendían las 275 cataratas, arrojando el agua con fuerza atronadora. Decían que ocupaba una zona de 3km de anchura y 80m de altura. Eran más anchas que las Victoria Falls, más altas que Niágara y más impresionantes que ninguna. Nos impactaron. Era pura naturaleza en estado salvaje. 

Un camino empedrado con escaleras permitía ver las cataratas a lo largo de 1,2km. Cualquier tramo era bellísimo. Estaban rodeadas de verde vegetación y negras rocas bañadas por el agua. Árboles con lianas, helechos, musgo y palmeras aisladas formaban el entorno. En medio de las cataratas estaba la Isla de San Martin, verdísima, con una jungla densa.

       

En algunas cataratas el agua era marrón, por los lodos y sedimentos que arrastraban. Pero en la mayoría caía un chorro blanco y espumoso, formando nubes de vapor de agua. En la pasarela que llegaba hasta la Garganta del Diablo, las gotas de agua diminutas nos empaparon. El nombre de Iguazú provenía del guaraní y significaba “agua grande”.

Mientras íbamos por el camino apareció un coatí, olisqueando las plantas, seguido por otro. Se aproximaron a nosotros y pasaron de largo, ignorándonos. Tenían el hocico alargado, como los osos hormigueros, y la cola rayada y larga. También vimos mariposas negras de alas azul nacarado, y muchas aves sobrevolando las cataratas. Eran vencejos, que tenían los nidos entre la vegetación, en las rocas de los saltos de agua.

Por la tarde cogimos una lancha por el río Iguazú. El agua estaba bastante revuelta porque había llovido y formaba remolinos que la lancha trataba de esquivar. Aquello parecía más un rafting que un paseo. Nos acercamos al pie de una catarata y nos envolvió una nube de agua a presión, acabamos empapados de nuevo y eufóricos.


Al día siguiente fuimos al Parque Argentino y recorrimos el circuito superior por las pasarelas situadas sobre las cataratas. El 80% de las cataratas eran territorio argentino y el 20% brasileño. Desde el lado argentino podían verse más cerca, por encima, por debajo y aproximarse hasta mojarse. Aunque desde el lado brasileño se dominaba más la visión total, el frontal panorámico de 3,5km. Había que verlo desde los dos lados, eran complementarios. 

En el circuito inferior pudimos aproximarnos tanto al agua que quedamos empapados. El agua bañaba las verdes plantas que crecían en las rocas negras, sin conseguir arrancarlas. Al final del sendero encontramos la Garganta del Diablo, el plato fuerte del día Allí confluían varios saltos de agua en una caída de gran altura. Las nubes de vapor de agua no permitían ver el fondo del salto, y las gotas reflejaban un perfecto arco iris, en el que los colores se distinguían nítidamente. Según el momento la nube se engrandecía y se expandía hacia arriba, como si fuese un géiser. Recibimos varias duchas de microgotas que nos refrescaban.






El agua bajaba con una fuerza atronadora, arrastraba lodos y se veía de color caramelo, o de un blanco espumoso y deslumbrante. Aquella garganta con su gran caudal era como una gran batidora que agitaba las aguas del río Iguazú. Eran una de las siete maravillas naturales del mundo, un merecido Patrimonio de la Humanidad. Impresionantes!

martes, 1 de octubre de 2002

RÍO DE JANEIRO

 

El tren cremallera nos subió al Corcovado en media hora. Nos subimos en el lado derecho y contemplamos el paisaje de la jungla, que pertenecía al Parque Nacional Tijuca. Ascendía lentamente, con una inclinación de 45º. Entre la vegetación podían verse los tejadillos de alguna antigua mansión colonial, situada en la ladera. A tramos el paisaje se abría y el tren bordeaba un precipicio. 

Cuando de repente apareció la vista de la Bahía de Guanabara, todos los tripulantes expresamos nuestra admiración. El mar estaba salpicado de pequeños islotes verdes y la franja costera repleta de rascacielos de distintas alturas. El día estaba nublado y no lucía en todo su esplendor. La mole del Cristo Redentor parecía mostrarnos sus dominios con los brazos extendidos. Era una estatua grisácea, de dimensiones considerables: 38m de altura y casi 20m de brazo a brazo. En su interior tenía una pequeña Capilla de la Virgen de los Desaparecidos. 

La vista desde el Corcovado era increíble. La vegetación cubría como un manto todos los picos y colinas, redondeándolos, alfombrándolos de verde. Se distinguían las favelas, derramándose por la ladera, como un río de lava. Junto a ellas los grandes edificios, muchos con piscina en las azoteas, cuadrados de azul turquesa que salpicaban la ciudad. Y en el mar barcos diminutos surcaban la superficie plateada. 



Recorrimos el Centro Histórico desde la Plaza Floriano, en el barrio Cinelandia. La Biblioteca Nacional era un edificio neoclásico con altas columnas, pintado de amarillo. Al lado estaba el Teatro Municipal, con cúpulas de bronce verdoso, y el Museo de Bellas Artes. Vimos otra biblioteca portuguesa fantástica. Nos llamó la atención el edificio, una especie de palacete con ventanas alargadas de arcos medievales. En el interior una gran sala de tres pisos de altura, revestida de libros antiguos. Todo el mobiliario, mesas, sillas, vitrinas, atriles, era de madera oscura, pulida por el tiempo. Nos transportó a los inicios del siglo pasado. 




En otra plaza encontramos el imponente Convento de San Antonio, sobre una colina amurallada. La entrada no era muy visible; en una esquina una pequeña puerta conducía hasta dos “elevadores”, con ascensoristas sentados. Ellos nos subieron hasta el convento. Una curiosidad. La capilla tenía un gran retablo dorado y las paredes estaban revestidas de azulejos portugueses. Varios brasileños rezaban en silencio. 

Cerca estaba la moderna Catedral Metropolitana de Sao Sebastián. Tenía forma piramidal y el exterior nos pareció muy gris, al estar hecho de bloques de cemento. Por dentro la mejoraban las vidrieras de colores, que le proporcionaban una cálida luz. Próximo a la Catedral había un antiguo Acueducto de Lapa, una miniatura del de Segovia, con arcos blancos manchados por las lluvias. 

Seguimos por la Rua do Carioca, donde había varios comercios antiguos. El primero que vimos fue una tienda de comestibles, con las botellas, latas y toda la mercancía apilada ordenadamente, formando un conjunto muy abigarrado y estético. Allí compramos nueces de Brasil y cacahuetes para picar. Por toda la zona se veían muchas tiendas de zumos naturales de frutas, que colgaban en la entrada como reclamo: grandes mangos, papayas, piñas, pomelos, etc. Otra tienda antigua era una confitería con todo tipo de pastas y dulces. El bar restaurante Luis también tenía solera, era el más antiguo de Río, de 1887. 

Paseamos por las míticas playas de Ipanema y Copacabana. La arena era muy blanca. Había redes para jugar al volley. Lo bonito de aquellas playas era el entorno de colinas verdes superpuestas y el horizonte con más colinas, difuminándose entre la neblina. Desde Ipanema se veía una montaña con dos picos, especialmente sugestiva, que se conocía como Dos Hermanos. Al final de Ipanema estaba la zona de Arpoador, con unas grandes rocas negras y un Fuerte. Desde allí no podía seguirse por la arena y fuimos por el interior. 

En Urca estaba el Pan de Azúcar. Cogimos el Funicular, rápido y silencioso. En dos etapas subía hasta el Morro de Urca, y desde allí, cambiando de cabina, hasta el Pan de Azúcar. Entre las dos montañas se extendía una jungla espesa. Nos gustó mucho pasar por encima de las copas de los árboles, como si las sobrevoláramos con avioneta. Desde la cima del Pan de Azúcar se veía el Cristo Redentor de Corcovado, dominando el magnífico paisaje de la Bahía de Guanabara. 


Cenamos comida de a kilo, los bufets a peso, en la Galería de los Poetas. Luego tomamos algo en el Café del Teatro Nacional, con un gran salón de estilo asirio, con columnas y mosaicos azules y verdes en las paredes. Por la noche encontramos una fiesta con música en la Plaza Floriano. Río tenía muchos más atractivos y Brasil era un país para disfrutar de su música, su naturaleza y sus gentes.

sábado, 24 de noviembre de 2001

HOI AN, EL VIETNAM TRADICIONAL

 

Hoi An era un pueblo tradicional vietnamita con casas de colores ocres y amarillos, con portones y ventanas de madera, patios interiores llenos de macetas y tejadillos a diferentes alturas. Estaba en la costa del mar de la China Meridional, junto al río Thu Bon, y fue un importante puerto comercial durante los s. XVI-XVII, cuando los chinos, japoneses, holandeses e indios se asentaron en la ciudad,. Conservaba las influencias chinas y japonesas en su arquitectura. Declarado un merecido Patrimonio de la Humanidad. 

El tiempo parecía haberse detenido en sus tranquilas calles. Los coches tenían el acceso prohibido y solo circulaban bicicletas, motos y gente con los sombreros cónicos vietnamitas. Los vendedores acarreaban las mercancías en dos platillos con un palo apoyado en os hombros, el sistema que les servía para equilibrar el peso.




Por cada esquina aparecían faroles rojos, naranjas, amarillos, con algún carácter chino escrito. Había farolillos de papel de gran colorido, formas y tamaños muy variados. En las tiendas de artesanía había cerámicas de estilo antiguo chino, con dibujos azules; brújulas de madera con adornos nacarados, preciosos tinteros chinos de marfil o hueso trabajado, etc. Paseamos hechizados observando cada rincón. 

 

Había varias casas-museo, muy interesantes para visitar. Compramos un ticket para visitar cinco lugares históricos. Empezamos por la Tran Duong House guiados por su dueño, un amable y simpático profesor de matemáticas jubilado, que nos ofreció té y explicó la historia de su familia. La casa del s. XIX amplia y espaciosa. Estaba pintada de verde botella, y tenía muebles chinos antiguos, de madera lacada con adornos nacarados. 

La casa Tan Ky tenía doscientos años. La familia todavía vivía allí y mostraban parete de su vivienda, el esto era privado. La hija no explicó la historia de la casa, describiendo su estructura y mobiliario. Tenía una planta abuhardillada, y el techo era de tejas cocidas y madera enttrecruzada. También visitamos el Templo de la Congregación Fujian China y el Puente Japonés, construido por los japoneses, de piedra y de estructura cubierta con tejadillo, unido por un extremo a una Pagoda Budista. Era un símbolo de Hoi An.





El mercado estaba junto al río, y algunos vendedores llegaban en barca. Había muchos puestos de flores, y otros de frutas y hortalizas.


Dimos un paseo en barca por el río Thu Bon durante tres horas, viendo las casas y el paisaje de las orillas. Fuimos a una aldea donde trabajaban los carpinteros, entre los ruidos de matillos y escalpelos, y a otra aldea de alfareros. Pasamos por varios astilleros pequeños donde fabricaban barcas de madera artesanalmente. 



Otro día alquilamos bicicletas y fuimos a la playa de Lua Dai, a 4km de Hoi An. En el trayecto atravesamos un precioso paisaje de arrozales inundados de agua, con bueyes y palmeras. La playa tenía hileras de palmeras, arena blanca y estaba solitaria. Nos bañamos en el mar del sur de China. Vimos a los pescadores con sus redes, faenando. En alguna canoa era la mujer quien remaba y el hombre pescaba. Otras redes estaban fijas sobre postes. Algún pescador usaba las pequeñas cestas circulares hechas de bambú, manejadas con pértiga.









Viaje y fotos realizados en 2001