viernes, 1 de octubre de 2004
EL PARQUE NACIONAL DE KAKADÚ
miércoles, 24 de septiembre de 2003
LOS ATOLONES DE LAS MALDIVAS
“Cuando Marco Polo, en uno de sus viajes por los
más exóticos rincones del planeta se encontró en el Océano Índico, con un archipiélago
formado por cerca de 1200 islas, las denominó Flor de las Indias. Tal es la
belleza de las Maldivas, cuyo verdadero nombre significa en sánscrito
<guirnalda>”. Eso leí en una propaganda de viajes.
Volamos desde Colombo, en Sri Lanka, hasta Male, la capital. Un trayecto de una hora. De las 1200 islas sólo 200 están habitadas por comunidades tradicionales de pescadores, y unas 90 están dedicadas al turismo. Fue invadida sucesivamente por árabes, portugueses, malabares del sur de la India y británicos.
Las Maldivas eran una maravilla natural. La única crítica
que se les podía hacer era que cada isla era un hotel, y excepto los
trabajadores, no veías población local, ni mercados ni vida, a no ser que te
desplazaras a otra isla más grande. Era como estar metidos en una postal, y
nosotros preferimos otro tipo de viaje o combinar unos pocos días con el viaje
a otro país, tal como hicimos.
Las distracciones eran baños en las playas de arena blanca, buceo con tubo y excursiones en barco. Buceando vimos gran variedad de corales y peces rayados de colores. El resto de los días transcurrieron tranquilamente entre paseos, lectura, escribir, hacer fotos, observar a los cangrejos, hacer la siesta, recoger conchas, beber zumos, y contemplar la puesta de sol. Cada día el cielo se ponía violeta, y el sol iba tiñendo las nubes de pinceladas de amarillo y naranja al esconderse. Un cuadro pintado en directo ante nosotros.
Leímos que probablemente estas islas serán cubiertas por el mar dentro de unos sesenta años, dado que su máxima elevación sobre el nivel del mar no sobrepasa los tres metros y medio. Uno de los paraísos que puede desaparecer.
martes, 16 de septiembre de 2003
LOS BUDAS DE POLONNARUWA
En Sri Lanka alquilamos bicicletas por unas cuantas rupias para visitar Polannaruwa. Las ruinas de la antigua ciudad se extendían a lo largo de unos doce kilómetros, según leímos. Fue la capital de los reyes cingaleses del s. XI al XII, y estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. El sendero de tierra atravesaba un bosque con grandes árboles que ofrecían una sombra que agradecimos en un día muy caluroso.
El Palacio Real había
tenido cincuenta habitaciones soportadas por treinta columnas, pero poco
quedaba de eso. Junto a él permanecían los Baños Reales, el Hall e la Audiencia,
y varios templos hindúes. Uno de los templos de estructura circular tenía
acceso por escalerillas por los cuatro puntos cardinales, con una estatua de
Buda sentado en cada lado, y figuras de apsaras grabadas en la piedra.
Lo que más ganas teníamos
de ver eran los cuatro Budas de Gal
Vihara. Los habían protegido de lluvias y soles con un tejadillo que los
mantenía a la sombra. Cuando estuvimos había soldados vigilando por allí,
empuñando sus metralletas. Estábamos próximos a la zona norte de la isla, la
del conflicto separatista entre los Tigres
Tamiles y los Nadires. Posteriormente la guerrilla tamil fue derrotada,
después de 25 años de lucha.
Los cuatro Budas de Gal
Vihara estaban tallados en una pared rocosa: el más imponente estaba de pie con
sus 7m. de altura, el reclinado de 14m. de longitud descansaba su cabeza en un
duro cojín de piedra, otro sentado en posición de meditación, y el cuarto en una
pequeña cueva. Me hice una foto junto al Buda reclinado y al momento vino un
soldado a decirnos que no estaba permitido.
Regresamos con las bicis a
través del precioso bosque cuando ya oscurecía, vigilados por la atenta mirada
de los Budas.
jueves, 31 de octubre de 2002
BAHÍA Y PELOURINHO
Nos enamoramos de Salvador de Bahía, la ciudad que abreviaban Bahía, en la costa atlántica de Brasil. Fue capital desde 1549 a 1763, y el centro de la industria azucarera. Estaba dividida por un risco en la Cidade Alta y Cidade Baixa. El Elevador Lacerda conectaba la Cidade Alta con la Baixa, donde estaba el puerto. A nosotros nos interesaba más la Cidade Alta, donde estaba la zona histórica, con los barrios coloniales de Terreiro de Jesús, Pelourinho y Anchieta.
Las calles del Pelourinho y todo el centro histórico de Salvador de Bahía estaban adoquinadas, repletas de iglesias y casas del s. XVII, con fachadas pintadas de color azul, verde, amarillo o granate, tenían poco tráfico y eran agradables para pasear. Las ventanas de las casas eran arqueadas y con adornos de escayola.
En cada esquina encontraban una iglesia antigua, más o menos restaurada. Visitamos la Catedral, la Iglesia de San Francisco y la de Nuestra Señora del Rosario. En el claustro de una de ellas había unos azulejos con motivos religiosos muy bien conservados.
Nos alojamos en el
Hotel Pelourinho, una antigua mansión de techos altos, con fachada pintada de
verde manzana y blanco y habitación con vistas al mar. El hotel, según decían,
fue el escenario de la novela “Suor”, de Jorge Amado. En la ciudad se notaba la
influencia africana. Vimos el Poste del Pelourinho, el poste de azotes y
castigo de los esclavos.
Había mujeres vestidas con el típico traje bahiano, con influencia africana: tocados en la cabeza, blusas blancas con calados y amplios faldones con vuelo, combinados con telas coloridas. Algunas de estas mujeres eran chicas jóvenes muy guapas, que servían de reclamo ante algunas tiendas. Otras eran mujeres gruesas y mayores, que tenían puestos de venta ambulante. Todas adornaban las calles de Salvador de Bahía.
Visitamos el Museo de la Ciudad en el Largo de Pelourinho. Tenía una colección de muñecas bahianas, que reproducían los trajes de la época colonial. Junto al museo estaba la Casa de Jorge Amado, que exhibía fotos del escritor con otros autores: García Marquez, Paul Eluard, Sartre, Camus, Simone de Beauvoir y personajes como Caetano Veloso o Marcelo Mastroiani. También tenía una exposición con los libros de Amado, con un resumen de su historia y temática.
Por la tarde fuimos a la Fundación Capoeira del Mestre Bimba. A las seis había una rueda de capoeira y asistimos gratuitamente, como únicos espectadores. Era una clase que daban dos profesores, un chico y una chica, a varios alumnos. Los alumnos acoplaban ágilmente sus movimientos, encajando los golpes y haciendo juego de piernas al ritmo de la repetitiva música. En otra rueda vimos alumnos pequeños de seis a diez años bailar con los mayores. Fue divertido y no parecía sencillo.
Era la escuela de Angola, más agresiva y rápida. Mezclando lucha y baile se retaban y esquivaban con movimientos ágiles y rápidos. Salían de dos en dos al centro de la rueda y se saludaban con una palmada en la mano al empezar y al acabar. Durante el baile no se tocaban. Todos eran muy flexibles y algunos eran auténticos acróbatas, dando saltos y volteretas. Alguno giró sobre si mismo con la cabeza apoyada en el suelo. Los instrumentos del berimbau, tambores y metales marcaban el ritmo. Los tocaban los mismos bailarines turnándose, y también cantaban. El ritmo fue haciéndose más rápido cada vez y los bailarines movían las piernas como si fueran aspas de molino. Hacia el final los chicos se sacaron la camiseta y sus cuerpos, negros, mulatos y blancos, brillaban con el sudor. Se retaban y reían, se notaba que se divertían. Fue la mejor rueda de capoeira que presenciamos.
Cenamos en la Cantina do Lua (Cantina de la Luna) en el Terreiro de Jesús. Disfrutamos de su variado buffet de comida a kilo, llamada así porque cobraban a peso el plato. Por la noche presenciamos una ceremonia de Candomblé, el ritual africano, en la Casa del Pae Santo. Nos despedimos de la ciudad contemplando la fuente musical de la Plaza de Sé y paseando una vez más por sus bonitas calles.