viernes, 1 de octubre de 2004

EL PARQUE NACIONAL DE KAKADÚ





 

La puerta de entrada al Parque Nacional de Kakadú es Darwin, la zona tropical del continente. La primera noche la pasamos al raso, contemplando las estrellas del firmamento de las antípodas, la Cruz del Sur que orientaba a los antiguos navegantes. Australia tiene un territorio quince veces mayor que España y mucha naturaleza variada que ofrecer. En todo el país hay setecientos (¡) Parques Nacionales; nosotros sólo visitamos ocho de ellos.
Kakadú está repleto de cascadas que forman piscinas naturales, en las que puede disfrutarse de un baño delicioso. Llegamos a una garganta circular con altas paredes de roca. La catarata Jim Jim caía en una laguna de unos cincuenta metros de diámetro, con aguas profundas de color verde oscuro. Un cartel advertía de los peligros del baño por la presencia de cocodrilos. Nos dijeron que en aquella época no había, y nadamos con la esperanza de que no hubiera ningún cocodrilo despistado.





 
Cogimos un bote por el río Alligátor para ver los cocodrilos. El barquero tenía las letras “L-O-V-E” tatuadas en los nudillos de la mano. Con un pequeño espejo que reflejaba la luz solar nos señalaba las serpientes enroscadas en las ramas de los árboles. El río estaba repleto de nenúfares, algunos de más de dos palmos de diámetro, con flores lilas abiertas. A dos metros de distancia vimos un cocodrilo medio sumergido en la superficie del agua, como un tronco flotante, con la diferencia de que se distinguían sus negros ojos y sus escamas. Otro tomaba el sol en la orilla fangosa, junto a los manglares, totalmente inmóvil. También vimos iguanas, serpientes, y gran variedad de aves.


Cerca de Darwin está el Parque Nacional de Lichtfield con termiteros gigantes de varios metros de altura. El que llaman la Catedral tiene 6 metros de altura. Son pináculos de tierra rojiza endurecida. Las termitas construyen hacia arriba para mantener una temperatura cálida constante. Introdujimos un palo en una de las galerías y al momento salieron grupos de hormigas soldado que esparcieron un olor especial.





También visitamos el asentamiento aborigen de Ubirr, con pinturas rupestres en la roca de 20.000 años de antigüedad. Los pigmentos eran de tonalidades amarillas, ocres y rojizas. Se distinguían tortugas, peces y figuras humanas. Era la única huella de la presencia del hombre entre aquella naturaleza exuberante.





miércoles, 24 de septiembre de 2003

LOS ATOLONES DE LAS MALDIVAS

“Cuando Marco Polo, en uno de sus viajes por los más exóticos rincones del planeta se encontró en el Océano Índico, con un archipiélago formado por cerca de 1200 islas, las denominó Flor de las Indias. Tal es la belleza de las Maldivas, cuyo verdadero nombre significa en sánscrito <guirnalda>”. Eso leí en una propaganda de viajes.

Volamos desde Colombo, en Sri Lanka, hasta Male, la capital. Un trayecto de una hora. De las 1200 islas sólo 200 están habitadas por comunidades tradicionales de pescadores, y unas 90 están dedicadas al turismo. Fue invadida sucesivamente por árabes, portugueses, malabares del sur de la India y británicos. 

Las Maldivas eran una maravilla natural. La única crítica que se les podía hacer era que cada isla era un hotel, y excepto los trabajadores, no veías población local, ni mercados ni vida, a no ser que te desplazaras a otra isla más grande. Era como estar metidos en una postal, y nosotros preferimos otro tipo de viaje o combinar unos pocos días con el viaje a otro país, tal como hicimos. 

La isla que escogimos fue Thulhagin. El agua era de un verde azulado y transparente, con franjas más oscuras por los corales, donde se concentraban los peces. Había unos cuantos bungalows en la playa y otros en el agua, construidos como palafitos unidos por una pasarela de madera. 



Las distracciones eran baños en las playas de arena blanca, buceo con tubo y excursiones en barco. Buceando vimos gran variedad de corales y peces rayados de coloresEl resto de los días transcurrieron tranquilamente entre paseos, lectura, escribir, hacer fotos, observar a los cangrejos, hacer la siesta, recoger conchas, beber zumos, y contemplar la puesta de sol. Cada día el cielo se ponía violeta, y el sol iba tiñendo las nubes de pinceladas de amarillo y naranja al esconderse. Un cuadro pintado en directo ante nosotros.

Leímos que probablemente estas islas serán cubiertas por el mar dentro de unos sesenta años, dado que su máxima elevación sobre el nivel del mar no sobrepasa los tres metros y medio. Uno de los paraísos que puede desaparecer.









martes, 16 de septiembre de 2003

LOS BUDAS DE POLONNARUWA

En Sri Lanka alquilamos bicicletas por unas cuantas rupias para visitar Polannaruwa. Las ruinas de la antigua ciudad se extendían a lo largo de unos doce kilómetros, según leímos. Fue la capital de los reyes cingaleses del s. XI al XII, y estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. El sendero de tierra atravesaba un bosque con grandes árboles que ofrecían una sombra que agradecimos en un día muy caluroso.

El Palacio Real había tenido cincuenta habitaciones soportadas por treinta columnas, pero poco quedaba de eso. Junto a él permanecían los Baños Reales, el Hall e la Audiencia, y varios templos hindúes. Uno de los templos de estructura circular tenía acceso por escalerillas por los cuatro puntos cardinales, con una estatua de Buda sentado en cada lado, y figuras de apsaras grabadas en la piedra.


Lo que más ganas teníamos de ver eran los cuatro Budas de Gal Vihara. Los habían protegido de lluvias y soles con un tejadillo que los mantenía a la sombra. Cuando estuvimos había soldados vigilando por allí, empuñando sus metralletas. Estábamos próximos a la zona norte de la isla, la del conflicto separatista entre los Tigres Tamiles y los Nadires. Posteriormente la guerrilla tamil fue derrotada, después de 25 años de lucha.

Los cuatro Budas de Gal Vihara estaban tallados en una pared rocosa: el más imponente estaba de pie con sus 7m. de altura, el reclinado de 14m. de longitud descansaba su cabeza en un duro cojín de piedra, otro sentado en posición de meditación, y el cuarto en una pequeña cueva. Me hice una foto junto al Buda reclinado y al momento vino un soldado a decirnos que no estaba permitido.

Regresamos con las bicis a través del precioso bosque cuando ya oscurecía, vigilados por la atenta mirada de los Budas.





jueves, 31 de octubre de 2002

BAHÍA Y PELOURINHO



Nos enamoramos de Salvador de Bahía, la ciudad que abreviaban Bahía, en la costa atlántica de Brasil. Fue capital desde 1549 a 1763, y el centro de la industria azucarera. Estaba dividida por un risco en la Cidade Alta y Cidade Baixa. El Elevador Lacerda conectaba la Cidade Alta con la Baixa, donde estaba el puerto. A nosotros nos interesaba más la Cidade Alta, donde estaba la zona histórica, con los barrios coloniales de Terreiro de Jesús, Pelourinho y Anchieta. 

Las calles del Pelourinho y todo el centro histórico de Salvador de Bahía estaban adoquinadas, repletas de iglesias y casas del s. XVIIcon fachadas pintadas de color azul, verde, amarillo o granate, tenían poco tráfico y eran agradables para pasear. Las ventanas de las casas eran arqueadas y con adornos de escayola

 


En cada esquina encontraban una iglesia antigua, más o menos restaurada. Visitamos la Catedral, la Iglesia de San Francisco y la de Nuestra Señora del Rosario. En el claustro de una de ellas había unos azulejos con motivos religiosos muy bien conservados. 

Nos alojamos en el Hotel Pelourinho, una antigua mansión de techos altos, con fachada pintada de verde manzana y blanco y habitación con vistas al mar. El hotel, según decían, fue el escenario de la novela “Suor”, de Jorge Amado. En la ciudad se notaba la influencia africana. Vimos el Poste del Pelourinho, el poste de azotes y castigo de los esclavos.





Había mujeres vestidas con el típico traje bahiano, con influencia africana:  tocados en la cabeza, blusas blancas con calados y amplios faldones con vuelo, combinados con telas coloridas. Algunas de estas mujeres eran chicas jóvenes muy guapas, que servían de reclamo ante algunas tiendas. Otras eran mujeres gruesas y mayores, que tenían puestos de venta ambulante. Todas adornaban las calles de Salvador de Bahía. 

Visitamos el Museo de la Ciudad en el Largo de Pelourinho. Tenía una colección de muñecas bahianas, que reproducían los trajes de la época colonial. Junto al museo estaba la Casa de Jorge Amado, que exhibía fotos del escritor con otros autores: García Marquez, Paul Eluard, Sartre, Camus, Simone de Beauvoir y personajes como Caetano Veloso o Marcelo Mastroiani. También tenía una exposición con los libros de Amado, con un resumen de su historia y temática.



Por la tarde fuimos a la Fundación Capoeira del Mestre Bimba. A las seis había una rueda de capoeira y asistimos gratuitamente, como únicos espectadores. Era una clase que daban dos profesores, un chico y una chica, a varios alumnos. Los alumnos acoplaban ágilmente sus movimientos, encajando los golpes y haciendo juego de piernas al ritmo de la repetitiva música. En otra rueda vimos alumnos pequeños de seis a diez años bailar con los mayores. Fue divertido y no parecía sencillo.

Era la escuela de Angola, más agresiva y rápida. Mezclando lucha y baile se retaban y esquivaban con movimientos ágiles y rápidos. Salían de dos en dos al centro de la rueda y se saludaban con una palmada en la mano al empezar y al acabar. Durante el baile no se tocaban. Todos eran muy flexibles y algunos eran auténticos acróbatas, dando saltos y volteretas. Alguno giró sobre si mismo con la cabeza apoyada en el suelo. Los instrumentos del berimbau, tambores y metales marcaban el ritmo. Los tocaban los mismos bailarines turnándose, y también cantaban. El ritmo fue haciéndose más rápido cada vez y los bailarines movían las piernas como si fueran aspas de molino. Hacia el final los chicos se sacaron la camiseta y sus cuerpos, negros, mulatos y blancos, brillaban con el sudor. Se retaban y reían, se notaba que se divertían. Fue la mejor rueda de capoeira que presenciamos. 

Cenamos en la Cantina do Lua (Cantina de la Luna) en el Terreiro de Jesús. Disfrutamos de su variado buffet de comida a kilo, llamada así porque cobraban a peso el plato. Por la noche presenciamos una ceremonia de Candomblé, el ritual africano, en la Casa del Pae Santo. Nos despedimos de la ciudad contemplando la fuente musical de la Plaza de Sé y paseando una vez más por sus bonitas calles.