miércoles, 24 de abril de 2013

LA ISLA DE IBO

 




Desde Pemba una pequeña barca nos llevó hasta la isla de Ibo en un trayecto de hora y media. La isla de Ibo era la más grande del Archipiélago de las Quirimbas, al norte de Mozambique. Había sido un importante puerto comercial árabe cuando llegaron los portugueses en el s. XV, y a finales del s. XVIII se convirtió en un puerto crucial para la trata de esclavos. Afortunadamente eso formaba parte de su pasado; en la actualidad era una población tranquila y con encanto.

La isla tenía tres fuertes: Sao Joao Baptista con forma de estrella, Sao Antonio y Sao José. Una mezquita y una iglesia proporcionaban el alimento espiritual, aunque la mayoría eran musulmanes liberales.




Paseamos por sus bonitas calles de edificios de planta baja desgastados. Eran casas coloniales de piedra con porches sombreados. Algunas estaban restauradas, y otras estaban invadidas por las raíces de grandes árboles que entraban por las ventanas y crecían entre sus muros abandonados. Hicimos alguna foto en blanco y negro y parecían transportarnos más en el tiempo.




En el centro del pueblo varias mujeres bombeaban un pozo y llenaban sus recipientes de agua, un bien preciado. Proyectos de abastecimiento de agua como ese, financiados por España, se habían interrumpido al reducirse el presupuesto de Ayuda Oficial para el Desarrollo.

Una de esas mujeres jóvenes que bombeaba agua y la transportaba sobre su cabeza. tenía un peinado adornado con letras, y en el centro de su frente colgaba la letra "M", como un símbolo de Mozambique. Ella misma tal vez era, sin ser consciente de ello, un símbolo de la lucha por la supervivencia y de ese precioso país africano.

 

© Copyright 2013Nuria Millet Gallego

domingo, 21 de abril de 2013

LA FORTALEZA PORTUGUESA

 
 






La Fortaleza de Sao Sebastiao era el fuerte más antiguo que se mantiene en el África subsahariana. Fue construido en Isla Mozambique por los portugueses en 1558. Estaba a orillas del Océano Índico custodiando la isla.

Llegaron a vivir en él unas 5000 personas entre soldados portugueses y prisioneros, que podían contemplar desde sus garitas, troneras y celdas el azul intenso del océano. Recorrimos todo el recinto amurallado: los dormitorios, el comedor, la capilla y una cisterna que recogía el agua de lluvia formando una piscina subterránea. En la parte superior estaban las troneras con varios cañones oxidados. Una zona estaba restaurada por la Unesco, y para otra parte había un proyecto de transformarla en una Universidad. En la actualidad se celebraban conciertos de música.


 
Nos bañamos junto al Fuerte en las pequeñas calas que formaban las rocas. El agua era verde transparente y deliciosa. Al atardecer la marea alta hizo desaparecer esas playas, y con la puesta de sol los muros se tiñeron de un color rojizo. La silueta de ese Fuerte será uno de los recuerdos de la isla.
 
 
 
 
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viernes, 12 de abril de 2013

ILHA DE MOÇAMBIQUE

 

 
La isla estaba conectada con el continente por un puente de 3,8km. de largo, construido en 1967. Al aproximarnos a bordo de nuestra furgoneta colectiva, que llamaban “chapa”, distinguimos casitas bajas blancas y de tonos ocres entre palmeras. La isla estaba considerada Patrimonio de la Humanidad desde 1991. Tenía 3km. de longitud y 500m. de anchura.





En las calles de la Ciudad de Piedra todos nos saludaban con un hola, “Olá”, “Bom dia” o “Boa tarde”, y se prestaban gustosamente a conversar con un portugués de acento musical. Había enormes árboles de troncos gruesos, eran higueras de indias o sicomoros. Proporcionaban una sombra fresca que se agradecía con el calor reinante. Bajo las grandes copas siempre había un grupo de mozambiqueños descansando a la fresca.

 




Visitamos el Mercado Municipal, las iglesias y el Hospital. Cruzamos la isla paseando por diferentes callejuelas. Las casas tenían pinturas ocres y anaranjadas, descoloridas por el sol y desconchadas, pero eso le añadía encanto a la Ciudad de Piedra. Pasamos por arcos y pórticos y llegamos a la Fortaleza de Sao Sebastiao. Nos bañamos a sus pies en las pequeñas calas que formaban las rocas.


 
La isla era paradisíaca. Pero no hay paraísos completos: el índice de HIV entre la población era muy alto. Me comentaron que había mucha promiscuidad y que a pesar del esfuerzo de los profesionales sanitarios y de la información sobre el uso de preservativo, un joven me dijo que “el plátano no se come con cáscara”, literalmente. Deseo que las nuevas generaciones de mozambiqueños cambien esa mentalidad y apuesten por la vida, por su salud y por su bello país.

domingo, 7 de abril de 2013

BUCEANDO EN EL ÍNDICO


 
Desde Vilankulo, en Mozambique, un pequeño dhown, la embarcación árabe tradicional de vela, nos llevó hasta el Archipiélago de Bazaruto. El archipiélago era un Parque Nacional Marino, y estaba formado por cinco islas: Bazaruto, Benguera (San Antonio), Magaruque (Santa Isabel), Santa Carolina y Bangue. La tripulación la formaba el piloto y el cocinero. Llevábamos además a un pescador que al alejarnos de la orilla se tiró al agua con una boya y se quedó allí sólo pescando, en medio del mar.




Las aguas del Océano Índico eran de color verde-turquesa. La barrera del arrecife era visible desde la superficie del mar, y las olas rompían en espuma por detrás de las rocas. El dhown echó el ancla en la parte tranquila y nos sumergimos en el agua para bucear con tubo y aletas.


 
Muchos corales estaban al alcance de nuestra mano. Había corales verdes, rosados, ocres y violetas, entre rocas que formaban dibujos de laberintos o cerebros marinos. Los peces tropicales nadaban entre ellos. Los más abundantes eran azules y amarillos, o rayados blancos y negros, tipo cebra; otros eran multicolores. También había estrellas de mar azules. Al aproximarnos al final del arrecife el mar se había más profundo y con más olas, y noté que succionaba. Retrocedimos a la parte tranquila. Era una sensación fantástica nadar en aquellas aguas transparentes, en un silencio absoluto, contemplando la vida submarina.
El cocinero preparó la comida a bordo de la barca. Tenía un cajón de madera con arena, y sobre ella hizo fuego. Preparó un gran pescado quitándoles las escamas y troceándolo con un machete, luego lo asó. Lo comimos en la orilla de la playa y nos supo a gloria.
 
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jueves, 4 de abril de 2013

MOSQUITERAS Y MALARIA

 

 
Siempre me han gustado las camas con mosquitera. Las hay individuales y de cama de matrimonio; colgadas del techo o instaladas en dosel; algunas son de gasa blanca y otras de colores. Transforman cualquier habitación, le dan una atmósfera diferente, vaporosa, evocan el trópìco y hasta tienen un halo romántico. Pero cuando se utilizan una temporada larga y por necesidad, para defenderse del ataque furioso de los mosquitos, acaban resultando calurosas y molestas.
En Mozambique resultan necesarias y no sólo para los viajeros de paso, sino para la población local. Es uno de los países con un índice más alto de malaria o paludismo, la enfermedad transmitida por el mosquito anófeles. Es un problema que afecta a más de 90 países en el mundo.


 
Conocimos a varios cooperantes de estancias largas que las utilizaban diariamente y reconocían que acababan siendo engorrosas. Una profesora estadounidense tomaba la medicación profiláctica durante un período de dos años, algo poco habitual dados los efectos secundarios de esta medicación.
En Manhiça está el centro de investigación donde el médico español Pedro Alonso ensaya una vacuna contra la malaria. Además de atender pacientes, forma a futuros médicos e investigadores. Esta enfermedad causa un millón de muertes anuales, el 90% en África. Por eso cuando vimos carteles como el de la foto quisimos recordar la lucha contra la malaria. En ese aspecto Mozambique me recordó al libro “Tristes trópicos” de Levi-Strauss. La lucha continúa…
 
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lunes, 1 de abril de 2013

PESCADORES DE MOZAMBIQUE





El pescador rebuscó entre las redes y cogió algo redondo con la mano. Tenía la piel tensa, rebozada en arena y su aspecto resultaba curioso. Era un pez globo. Habíamos visto alguno utilizado como lámpara colgante. Estábamos en Vilankulo, una población de la costa mozambiqueña, contemplando la llegada de las barcas de los pescadores. Eran pequeñas embarcaciones de madera y a vela, los tradicionales dhowns utilizados en aquella zona del Índico. También llevaban pértigas que les ayudaban a vadear el fondo y acercarse a la orilla.





Al acercarnos vimos como extendían la abundante captura de las redes en la arena: había peces rosados, amarillos, azules, cangrejos veteados de largas pinzas, y algún pez globo. Nos dijeron que salían a pescar cada día a las cuatro de la mañana y regresaban sobre las diez, cuando ya hacía más calor. Otras barcas pescaban al atardecer. Una vida sacrificada, como la de todos los pescadores, luchando contra los elementos. Es una de las profesiones que siempre admiraré. La parte final era el reparto de la captura entre los niños y mujeres que se habían acercado con sus palanganas metálicas o de plástico. Cada uno regresaría a su hogar recorriendo la playa de altas palmeras y transportando sus palanganas sobre la cabeza, como habían hecho durante siglos. Una escena ancestral.

 
 
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sábado, 25 de agosto de 2012

DETALLES DE MONGOLIA

Un supermercado asiático puede ser un sitio tan bueno como cualquier otro para encontrar curiosidades que nos hablen de los hábitos de los habitantes del país. En las estanterías había abundante oferta de diferentes marcas de Vodka como la llamada Chinggis, en honor del mítico héroe nacional Genghis Khan. El alcoholismo, aunque ha disminuido, continúa siendo un problema entre la población de Mongolia, del mismo modo que en la vecina Rusia, de donde es originaria esta bebida de alta graduación.



El complemento del atuendo tradicional, tanto en hombres como en mujeres, son unas botas altas de cuero repujado con adornos coloridos. Eran bonitas y elegantes, y daban singularidad a sus portadores.




La religión mayoritaria es el Budismo. Los fieles se arrodillan y tocan el suelo con la frente en señal de devoción y respeto. Para facilitar la postura y no ensuciarse, en los templos hay plataformas de madera en la que los fieles rezan, del mismo modo que los peregrinos tibetanos.



Las puertas rojas de los monasterios tienen como picaportes a leones de bronce dorado, guardianes de los templos. De sus bocas cuelga un aro con un pañuelo azul, el color tradicional del país, que representa el color del cielo y está presente en la bandera nacional. El azul también es símbolo de eternidad y lealtad.

 
Un águila con las alas desplegadas puede medir dos metros de longitud. Esta la encontramos en Karakorum, en los alrededores del templo Erdene Zuu. Desde tiempos inmemoriales, en Mongolia las adiestran y las utilizan para la caza de aves. Un espectáculo digno de verse.
 
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miércoles, 22 de agosto de 2012

EN CAMELLO POR EL GOBI




En Mongolia los ríos son femeninos, se nombran como madre. Y el desierto, el gran Desierto de Gobi, es masculino.  Habíamos volado hasta Dalanzadgad en un trayecto de hora y media, para ahorrarnos doce horas de carreteras y pistas mongolas.
Alli contratamos un jeep para recorrer el desierto, con dos australianos de Melbourne. Nos alojamos en un pequeño campamento de gers frente a las dunas de Khorgoryn Els.

 
Al atardecer dimos un paseo en camello. Eran camellos bactrianos, de dos gibas, a diferencia de los dromedarios que sólo tienen una giba. No costaba imaginarlos  en el pasado formando las caravanas que comerciaban en la Ruta de la Seda, los llamaban “barcos del desierto”. Antes de subir mi camello me saludó con un excremento verde pastoso en la bota, y durante todo el trayecto no paró de girar la cabeza para sonarse los mocos o rascarse. Leímos que podían pasar dos semanas sin beber y un mes sin comer, y que cuando estaban sedientos podian beber 250 litros de una sola vez! Además, con el pelo de los camellos hacían cuerdas y con sus excrementos se encendía el fuego de las cocinas, así que resultaban unos animales muy útiles.




Las dunas de Khorgoryn Els se extendían a lo largo de 12km. Las llamaban dunas cantarinas por el ruido que hacían cuando  la arena se movía con el viento. La más alta tenía trescientos metros de altura y costaba un montón subir porque la arena se derrumbaba. En la cresta la recompensa era contemplar el mar de dunas del gran desierto. Lo divertido fue bajar como si estuviésemos esquiando.

 



 
El desierto también era un paisaje a tramos sorprendentemente verde con matojos de flores lilas y colinas verdes. Lo imaginábamos todo más seco. Vimos muchas manadas
de caballos libres y rebaños infinitos. Recorrimos dos cañones, el de Yoly Am una estrecha garganta llena de pequeños roedores que nos salían al paso correteando, y el de Bayanzag, de rocas rojizas.

Cenamos a la luz de las velas y mientras contemplábamos un cielo repleto de estrellas imaginamos las caravanas de camellos cargados con ricas mercancías que habrían recorrido aquel desierto mítico.

 
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