jueves, 23 de marzo de 1995

LA CASAMANCE

Desde Dakar fuimos en un Peugot, compartido con otras cinco personas, hasta la Casamance. Entre los pasajeros había una madre joven con su bebé. La Casamance era una región que fue sometida a colonización francesa y portuguesa. El grupo étnico dominante eran los diola, que solo representaba el 4% del total, eran los wolof los que dominaban el país. En wolof la región se llamaba Kasamansa, el término Casamance era francés y Casamansa en portugués.

Por todo ello había surgido en 1985 un grupo separatista, el Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC) que reclamaba la independencia, con periodos de mayor conflictividad y acuerdos de paz inestables. Cuando fuimos en marzo de 1995 pudimos recorrer la zona sin problemas. Pasamos numerosos controles de policía, atravesamos la estrecha franja de Gambia y cruzamos en ferry el río Gambia .


La primera etapa fue Ziguinchor, la capital de la región de Casamance, a orillas del río Casamance. Era una pequeña ciudad de ambiente agradable, con muchos comercios. En el Puerto había varias barcas varadas, pintadas de colores, y la gente compraba el pescado fresco. Las mujeres estaban sentadas en el suelo frente a su cajón repleto de peces plateados que brillaban al sol. Otras vendían el pescado ya seco. Había montañas de pescado secándose al sol.

Al día siguiente fuimos a Cap Skirring, en la costa atlántica, con otro Peugot colectivo. La zona era muy verde, con muchas palmeras, y atravesamos varios afluentes. Nos alojamos en el Albergue de la Paz, frente al mar. La playa de Cap Skirring, con palmeras y arena blanca, era de las más bonitas de Senegal. Allí contemplamos la puesta de sol y por la noche vimos corretear en la oscuridad decenas de cangrejos  que salían de los orificios en la arena.


Paseamos por la playa, viendo pelícanos y algún jabalí merodeando en la orilla. Luego curioseamos el mercado de artesanía con pulseras, colgantes y todo tipo de abalorios y adornos con conchas. Había amuletos, que llamaban gri-gri, que traían suerte y protegían de los malos espíritus. También había muchas máscaras de madera negra de ébano o de teca, con adornos de cuentas de colores.

Alquilamos una piragua para recorrer las ramificaciones del río Casamance durante todo el día. Nuestro barquero se llamaba Alexandre. Los primeros tramos eran muy estrechos, bordeados de manglares y vegetación cerrándose a nuestro paso. Vimos las raíces aéreas de los manglares buscando el agua. En esas raíces se adherían las ostras, que se veían con la marea baja. A tramos encontramos baobabs de retorcidas ramas junto a la orilla, entre palmeras. 


Paramos en un recodo y vimos como un chico subía por el tronco con los pies descalzos, ayudándose con una especie de cinturón. Subía para recoger el vino de palma, que recogían en calabazas colgadas.  Hacían una hendidura en el tronco con un machete y la palmera iba segregando su jugo gota a gota Lo recogían con un cucurucho de hojas de palmera, que metían en la boca de la calabaza, . En solo un día podían obtener un litro o litro y medio. Probamos el vino, bastante gasificado por la fermentación, y menos dulzón de lo que esperábamos, pero rico..


Alexandre nos enseñó el que llamaban árbol del queso, y el árbol de la nuez de cola. Vimos un montón de conchas secadas al sol, que utilizaban para construir casas. Las conchas abundaban en toda la zona, y muchos caminos y muros estaban hechos con conchas amalgamadas. Las vimos hasta en un cementerio repleto de blancas conchas y baobabs.

Comimos pescado en la isla de Karabane y vimos el poblado de Elinkine, que rivalizaban en belleza. Las casas eran de adobe, con tejadillos de caña. Había chozas o cabañas par diferentes usos: dormir, comer o almacén, y patios comunes sombreados por árboles, donde cocinaban o molían el mijo, y jugaban los niños.

La playa de Elinkine era una franja de arena blanca bordeada de palmeras, alternando con enormes baobabs que extendían sus nudosas raíces casi hasta el agua. Daba la sensación de ser un pueblo costero de playa, pero era una playa fluvial en una rama del gran río Casamance. Estaba llena de piraguas de pescadores pintadas de colores vivos.



Al despedirnos del piragüero no entendimos bien la cifra que nos dijo, y como no tenía papel, se levantó un poco el pantalón corto y sobre su propia piel escribió la cifra con un palito. Tenía otros números dibujados que no se habían borrado. Utilizó la piel oscura de su muslo como pizarra. Aquello era África.





Viaje y fotos realizados en 1995

lunes, 9 de mayo de 1994

LA CLÍNICA CHINA DEL DR. HO



 
China era uno de mis grandes viajes míticos. Estuve cinco semanas en 1994 y luego regresé en 2010. Quiero recordar aquí algunos momentos de aquel viaje.
Estando por el sur, encontramos una moto de la II Guerra Mundial con sidecar, conducida por una mujer china. Con ella fuimos a un pueblecito llamado Baisha. Allí conocimos al famoso doctor Ho Shi-Xiu, que tenía una clínica de poético nombre: “Clínica de Medicina Natural de las Montañas del Dragón de Jade de Lijiang”. Nos ofreció un té especiado y picante muy bueno, hecho de hierbas que él mismo recogía, y nos enseñó su casa-clínica llena de hierbas medicinales.
Tenía artículos que habían publicado sobre él en varios países, y un libro donde los visitantes anotaban sus impresiones. Hojeando el libro encontramos la anotación de unos amigos que habían estado allí dos años antes. Nosotros también elogiamos la hospitalidad y amabilidad del doctor Ho y la belleza del lugar.


 
Fuera de la clínica pudimos ver como aplicaban ventosas en zonas del cuerpo, otro procedimiento de la medicina china. Era una aplicación mediante el vacío de vasos para mejorar y favorecer la circulación energética y sanguínea y obtener un efecto terapéutico. Contemplamos como obtenían el vacío con la ayuda de fuego para consumir el oxígeno dentro del recipiente..
Lo más curioso es que este procedimiento terapeútico se realizaba en plena calle, con el paciente sentado en un pequeño banco. La China no dejaba de sorprendernos.
 



© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

lunes, 13 de diciembre de 1993

PLAYAS DE ZANZÍBAR

 

La isla de Zanzíbar tenía playas de gran belleza, a cuál más bonita. Además de la información de la guía de la Lonely Planet, teníamos recomendaciones de otros viajeros y exploramos todo lo que pudimos. Pasamos una semana en la isla y pudimos disfrutarla bien. Además, allí me sacaron el yeso del brazo, que llevé un mes desde el accidente en el rafting de las Cataratas Victoria, y pude bañarme en las preciosas playas.

Las playas del norte fueron nuestras preferidas en Zanzíbar, especialmente Nungwe. Llegamos temprano y la marea estaba baja. Cuando subió la marea se convirtió en una piscina natural de agua transparente y azul. El Océano Índico lucía en todo su esplendor. La arena era de un blanco cegador y había unas rocas con oquedades. El baño fue una delicia, disfrutamos todo el día de aquella playa. Vimos pasar los dhowns árabes con sus velas blancas desplegadas y las barcas de pesca con sus barqueros manejando pértigas. Comimos en la misma playa, bajo un cobertizo, un delicioso pescado asado con arroz y jugosa piña. 







Otro día fuimos a las playas del este: Paje, Jambiani y Bwejuu. Dormimos en un bungalow del Palm Beach en Bwejuu. La playa nos encantó. Una ancha franja de altas palmeras la bordeaba. La arena era blanca y encontramos muchas conchas, caracolas y alguna estrella de mar. El agua tenía todas las tonalidades del azul al verde. Doscientos metros más allá de la orilla se veían las crestas blancas de las olas que rompían justo cuando se acaba el arrecife de corales.


Nos bañamos en las transparentes aguas, y por la tarde andamos unas tres horas hacia la Laguna Azul. Por el camino encontramos gente en bicicleta y hasta algún jeep corriendo sobre la arena. Cuando se retiraba la marea algunos recogían algas y erizos. Otro día lo pasamos en Jambiani. Las puestas de sol eran espectaculares.



Además, hicimos la excursión del “Spice Tour” por las plantaciones, viendo vainilla (una planta trepadora), clavo, canela en rama, anís (hojas de una planta), genjibre, nuez moscada (que procede de un árbol), pimienta o cardamomo. También recorrimos plantaciones de piñas, cocos, cacao, mandioca y café. Muy, muy ameno e interesante. Unas playas y una isla bellísima, para recordar. 


Viaje y fotos de 1993

miércoles, 8 de diciembre de 1993

LA CIUDAD DE PIEDRA DE ZANZIBAR


Desde Dar es Salaam cogimos un ferry hasta la isla de Zanzíbar, un trayecto de 45 minutos por el Océano Índico, que se convirtió en tres horas por avería del barco. En el Puerto vimos los dohwns árabes, las embarcaciones de vela tradicionales. 

La Ciudad de Piedra era el casco antiguo de Zanzíbar, considerado Patrimonio de la Humanidad. Callejeando encontramos edificios con mezcla de arquitectura árabe, oriental y africana. Casas blancas encaladas, con balcones de madera, ventanas en arco y puertas de madera labrada, con adornos de latón dorado. 




Por las calles se veía una mezcla de razas mayor que en Dar es Salaam, pieles de todas las tonalidades y rasgos del cruce de razas. Indias con sari, musulmanas con caftán negro y musulmanes con casquete y negritas con estampados de colores. 

Preguntamos donde estaba la Catedral de San José y nos acompañó un indio de Goa, de religión católica. Nos comentó que vivía allí desde niño y que los católicos eran minoría en Zanzíbar. Había mucha emigración del continente indio y de Sri Lanka, entre otros lugares.



El Fuerte con almenas y bastiones fue construido por los portugueses en 1700. Frente a él las velas blancas de los dhowns árabes cruzaban el mar. Alrededor había chiringuitos con pescado frito y en empanadas, pinchitos, patas y piñas frescas y jugosas. Unas máquinas trituraban la caña de azúcar, y vendían zumo de caña de azúcar con limón y jengibre. 

Fuimos a ver la casa del explorador David Livingstone, que le había cedido el Sultán de Zanzíbar cuando estuvo en la isla. Lugo vimos el antiguo mercado de esclavos, donde había una iglesia católica que primero fue anglicana. En una placa informaban de que Livingstone había luchado contra el tráfico de esclavos.









Otro día alquilamos una barca para ir a la Isla Changuu, antes llamada Isla de la Prisión, porque hubo una cárcel para los esclavos rebeldes. Vimos los restos que quedaban de ella, murros semiderruidos de las celas que aún conservaban intactas las rejas. Lo que los esclavos veían tras esas rejas era un paisaje precioso. El mar verde y azul, por el que siempre se deslizaba alguna vela blanca de un dhown árabe. Debía ser especialmente cruel verse encerrado en un entorno tan bello. 

La isla tenía unas enormes tortugas, que paseaban indiferentes por allí. Sus caparazones medían más de un metro. De vez en cuando estiraban su rugoso cuello y nos miraban con sus ojos vidriosos. Tenían una piel tan recia y rugosa como los elefantes. Las tortugas pequeñas estaban bajo una construcción, para protegerlas.

 



Dimos la vuelta a la isla por un camino que bordeaba el agua. Era muy verde, con una vegetación densa, y veíamos entre las ramas de los árboles las blancas velas cruzando el mar. Cerca de la playa vimos estrellas de mar de color rojo. Con la barca fuimos a hacer snorkel, el buceo con tubo y aletas. El fondo marino era precioso con corales, erizos de mar y peces de todas las formas y colores: redondos y planos con rayas amarillas, otros alargados con rayas negras y azul eléctrico.


Viaje y fotos de 1993