Desde Dakar fuimos en un Peugot, compartido con otras cinco personas, hasta la Casamance. Entre los pasajeros había una madre joven con su bebé. La Casamance era una región que fue sometida a colonización francesa y portuguesa. El grupo étnico dominante eran los diola, que solo representaba el 4% del total, eran los wolof los que dominaban el país. En wolof la región se llamaba Kasamansa, el término Casamance era francés y Casamansa en portugués.
Por todo ello había surgido en 1985 un grupo separatista, el Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC) que reclamaba la independencia, con periodos de mayor conflictividad y acuerdos de paz inestables. Cuando fuimos en marzo de 1995 pudimos recorrer la zona sin problemas. Pasamos numerosos controles de policía, atravesamos la estrecha franja de Gambia y cruzamos en ferry el río Gambia .
La primera etapa fue Ziguinchor, la capital de la región de Casamance, a orillas del río Casamance. Era una pequeña ciudad de ambiente agradable, con muchos comercios. En el Puerto había varias barcas varadas, pintadas de colores, y la gente compraba el pescado fresco. Las mujeres estaban sentadas en el suelo frente a su cajón repleto de peces plateados que brillaban al sol. Otras vendían el pescado ya seco. Había montañas de pescado secándose al sol.
Al día siguiente fuimos a Cap Skirring, en la costa atlántica, con otro Peugot colectivo. La zona era muy verde, con muchas palmeras, y atravesamos varios afluentes. Nos alojamos en el Albergue de la Paz, frente al mar. La playa de Cap Skirring, con palmeras y arena blanca, era de las más bonitas de Senegal. Allí contemplamos la puesta de sol y por la noche vimos corretear en la oscuridad decenas de cangrejos que salían de los orificios en la arena.
Paseamos por la playa, viendo pelícanos y algún jabalí merodeando en la orilla. Luego curioseamos el mercado de artesanía con pulseras, colgantes y todo tipo de abalorios y adornos con conchas. Había amuletos, que llamaban gri-gri, que traían suerte y protegían de los malos espíritus. También había muchas máscaras de madera negra de ébano o de teca, con adornos de cuentas de colores.
Alquilamos una piragua para recorrer las ramificaciones del río Casamance durante todo el día. Nuestro barquero se llamaba Alexandre. Los primeros tramos eran muy estrechos, bordeados de manglares y vegetación cerrándose a nuestro paso. Vimos las raíces aéreas de los manglares buscando el agua. En esas raíces se adherían las ostras, que se veían con la marea baja. A tramos encontramos baobabs de retorcidas ramas junto a la orilla, entre palmeras.
Paramos en un recodo y vimos como un chico subía por el tronco con los pies descalzos, ayudándose con una especie de cinturón. Subía para recoger el vino de palma, que recogían en calabazas colgadas. Hacían una hendidura en el tronco con un machete y la palmera iba segregando su jugo gota a gota Lo recogían con un cucurucho de hojas de palmera, que metían en la boca de la calabaza, . En solo un día podían obtener un litro o litro y medio. Probamos el vino, bastante gasificado por la fermentación, y menos dulzón de lo que esperábamos, pero rico..
Comimos pescado en la isla de Karabane y vimos el poblado de Elinkine, que rivalizaban en belleza. Las casas eran de adobe, con tejadillos de caña. Había chozas o cabañas par diferentes usos: dormir, comer o almacén, y patios comunes sombreados por árboles, donde cocinaban o molían el mijo, y jugaban los niños.
La playa de Elinkine era una franja de arena blanca bordeada de palmeras, alternando con enormes baobabs que extendían sus nudosas raíces casi hasta el agua. Daba la sensación de ser un pueblo costero de playa, pero era una playa fluvial en una rama del gran río Casamance. Estaba llena de piraguas de pescadores pintadas de colores vivos.



















































