miércoles, 21 de octubre de 1998

LAS CATARATAS DEL NILO AZUL

Antes de verlas, oímos el rugir del agua y aparecieron con todo su esplendor. Las Cataratas del Nilo Azul. arrastraban un gran caudal de agua por la pared de una garganta. Caía con fuerza y a borbotones, a una altura de entre 37m y 45m. En algunos tramos se veía espumosa y blanca, y en otros de color chocolate del lodo que arrastraban. Todo el entorno era vegetación verde. 


Para llegar cogimos un autobús en Bahir Dar hasta Tis Abay, donde estaban las Cataratas del Nilo Azul, consideradas unas de las más importantes de África. Estaba a 30km y fue un trayecto corto de una hora, amenizado por decenas de moscas que costaba espantar. El bus nos dejó al pie de un camino que subía por la montaña. En la Oficina de Turismo nos habían indicado que había que seguir el camino siempre a la izquierda. 

El sendero estaba muy concurrido, con gente que iba al mercado con sus fardos y sus burros cargados. Algunas mujeres transportaban grandes haces de leña sobre la cabeza. Todo el rato teníamos que apartarnos para dejar paso a los burros. Atravesamos el puente portugués de Tis Issat, el primer puente de piedra de Etiopía.





Las vimos desde arriba y bajamos hasta el río. El río Nilo Azul nacía en Etiopía, en el Lago Tana, y discurría por Sudán, donde se unía, en Jartún, con el Nilo Blanco, para formar el gran Nilo. Las cataratas eran más grandes de lo que esperábamos. Fuimos en octubre, después de la temporada de lluvias, que era de junio a septiembre, y llevaban mucho caudal de agua. Las nubes de vapor de agua nos empaparon. Hasta vimos formarse un arco irisTis Abay en amárico, significa “agua humeante”.





Recorrimos todo el camino lateral hasta cruzar el río por un vado, donde nos llegaba el agua hasta las rodillas. Por ahí cruzaban los que iban al mercado. Unos niños quisieron acompañarnos. Luego andamos el camino por el otro lado. Andamos, andamos y andamos. Seis horas de caminata viendo las cataratas desde todas las perspectivas y todos los ángulos posibles. Nos embarramos los pantalones hasta arriba. Barro del Nilo Azul. Las cataratas lo merecían. Eran impresionantes y espectaculares!






Nota:  Vimos las cataratas en octubre de 1998, cuando viajamos a Etiopía. Posteriormente  construyeron una central hidroeléctrica, que disminuyó su caudal.

martes, 20 de octubre de 1998

LAS IGLESIAS CIRCULARES DEL LAGO TANA

El Lago Tana era el mayor de Etiopía. Lo vimos desde Bahir Dar, una ciudad bonita con una larga avenida con palmeras y casas de colores de planta baja. Curioseamos su mercado, con puestos de telas estampadas. Y allí probamos los zumos naturales de aguacate, muy ricos. 

En el lago había 30 islas, y 19 de ellas tenían iglesias y monasterios ortodoxos de los s.XIV-XVII, a los que solo se podía acceder en barco. Quedamos con un barquero para que nos llevara. Tardamos una hora en llegar a una isla cubierta de vegetación. No se veía ningún embarcadero, y entre la vegetación encontramos un pequeño hueco con piedras para bajar a la isla. 


 

El sendero era pedregoso y bonito, entre vegetación, higueras y otros árboles. Llegamos al Monasterio Ura Kidane Mehret, uno de los dos que permitían la entrada a mujeres. Era una gran estructura circular, con tejadillo cónico de cañizo, coronado por una cruz ortodoxa. A simple vista no parecía un monasterio ni una iglesia. Nos recibió con una sonrisa un monje envuelto en ropajes amarillos, con un casquete del mismo color, y con un báculo largo. 

Abrió el monasterio con unas grandes llaves de hierro y vimos su interior. Había un pasillo circular y luego otra estructura concéntrica, con grandes portones de madera. El suelo estaba alfombrado con esteras. Había que descalzarse para entrar. Leímos en la guía de la Lonely Planet que era necesario vigilar las picadas de las pulgas. Pero tuvimos suerte, ni las notamos ni nos picaron. En un rincón había grandes tambores y otros instrumentos para los rituales religiosos.



Las paredes del interior tenían coloridas pinturas murales de tema religioso, con santos etíopes, y estilo naïf. Había hombres montados a caballo, o una barca con los apóstoles de la que asomaban todas las cabecitas amontonadas simétricamente. Eran como viñetas de diferentes historias. Hasta había una representación de San Jorge sobre un caballo, luchando con el dragón. Algunas pinturas estaban cubiertas con largas telas que colgaban del techo, y que los monjes recogían como cortinas.




En otra isla visitamos la Iglesia Debre Mariam. También tenía en su interior pinturas murales, representando angelotes y grandes tambores para los rituales religiosos. Otro monje, también vestido de amarillo, nos mostró las reliquias, un manto y un libro sagrado. Fueron varias horas de excursión y nos encantó navegar el lago Tana y visitar aquellas iglesias peculiares. 

        


       

viernes, 16 de octubre de 1998

EL PARQUE NACIONAL MAGO

Desde Jinka visitamos el Parque Nacional Mago, donde vivían gentes de la etnia Mursi. Fuimos con todoterreno por pistas embarradas. En la temporada de lluvias aquellas pistas eran intransitables. Además, cruzamos cauces de pequeños arroyuelos, que seguramente bajarían como torrentes crecidos. 

El Parque Mago era zona de moscas tsé-tsé. Pensé en como se diferenciarían de otros moscardones, pero en cuanto las vi no tuve dudas. Empezaron a aparecer amenazadoramente en forma de nube alrededor del coche, y aunque cerramos las ventanillas no pudimos evitar que entrara alguna. Empezamos a matarlas con la guía de Etiopía, que era gorda. El mapa también servía de matamoscas, aunque la guía era más eficaz. Las moscas revoloteaban entre nosotros, y mostraron una marcada preferencia por la cabeza de nuestro guía. El tramo con moscas tsé-tsé duró más de dos horas, luego se esfumaron.


Después de más de tres horas de mala pista, calor sofocante y agobiantes moscas tsé-tsé, llegamos a un río. Allí había mujeres mursi y algún niño. Al para y bajar del coche aparecieron más. Llevaban platos de arcilla insertados en el labio inferior. Algunos eran de un diámetro de unos 10cm. No queríamos ni imaginar lo doloroso que debía ser el proceso de dilatación de la piel del labio. Vimos como una de ellas se lo sacaba y quedaba un colgajo de labio. Resultaba bastante impactante. Para los mursi, según su tradición, el plato era un ornamento que embellecía a las mujeres.

Encontramos un grupo de hombres mursi que iban de caza, según nos dijeron. Llevaban algún fusil a la espalda. Sobrevivían con la caza y la agricultura. Tres de ellos iban totalmente desnudos. Era curioso que no se protegiesen ni los genitales. Hasta en Papúa Nueva Guinea se protegían el pene con una vaina de calabaza. Fue un breve contacto. Todos nos sonrieron y nos miraron con curiosidad, como nosotros a ellos.



Algunas mujeres y niños tenían puntos blancos dibujados en la piel de la cara, o sobre el pecho desnudo y los brazos. Otras tenían escarificaciones, los tatuajes con relieve en la piel, como algunas mujeres Hamer. Pensamos en cuánto tiempo podrían mantener aquellos poblados mursis sus tradiciones y forma de vida.


miércoles, 14 de octubre de 1998

EL PARQUE NACIONAL OMO

Levantamos el campamento y fuimos a visitar el Parque Nacional de Omo. Nos acompañó un chaval llamado Guele, armado con un fusil Kalashnikov. Por el camino encontramos muchos termiteros gigantes, alargados con la base ancha, y más altos que una persona. De vez en cuando se cruzaban pequeños antílopes y gallinas de guinea por la pista. También vimos aves planeando en el aire caliente. También encontramos grandes rebaños de bueyes y cabras, que invadían la pista y rodeaban nuestro vehículo. No se apartaban aunque tocaras el claxon, sabían que era su territorio. Etiopía era un país eminentemente agrícola y ganadero. Al llegar al río Omo había otro gran rebaño bebiendo.


Cruzamos el río Omo, de unos 500m de anchura, en una canoa hecha de un tronco de árbol vaciado. El agua era de color fangoso por el lodo que arrastraba, y la corriente tenía bastante fuerza. Alcanzamos la otra orilla, donde había una pequeña aldea. A partir de allí hicimos una caminata de 5km en el día más caluroso de todo el viaje, con temperatura de 40º. El paisaje era muy árido y seco, con una luz anaranjada.


Llegamos a otra aldea en un terreno plano y bastante seco, con varias chozas circulares. Estaban hechas con cañas troncos y algún trozo de uralita oculto entre las cañas. De algunas chozas donde cocinaban, salía un humillo. 

Había algunas chicas jóvenes peinadas con trencitas, con el pecho descubierto, y que se adornaban con collares, brazaletes en los brazos y cintas en el pelo. Eran tímidas, pero nos mostraron el interior de las chozas y accedieron a fotografiarse. Nos mostraron sus Borkotas, los reposacabezas de madera que utilizaban para dormir y también como asiento. Los etíopes lo solían transportar cogidos por el asa. La madera estaba labrada, con dibujos geométricos que variaban según la tribu.




En el exterior de las chozas, sobre una construcción elevada de troncos, almacenaban el mijo, sorgo y maíz, para mantenerlo en alto fuera del alcance de los animales. Utilizaban calabazas para guardar cosas, como en toda Etiopía. Fuera de las chozas se veía poca gente, y no era extraño con el calor que hacía. Algunos se agrupaban bajo la sombra de un árbol. Los hombres estaban trabajando en el campo.

Al final de la excursión y al despedirnos de Guele, nuestro joven guardián del Kalsnikov, le compramos su borkota, que guardamos como recuerdo en casa. El Parque Nacional Omo era Patrimonio de la Humanidad. Fue curioso comprobar como aquellos pueblos mantenían su forma de vida tradicional, en unas condiciones bastante difíciles.