Dormimos en Riobamba y a las siete
de la mañana ya estábamos montados en el Tren Nariz del Diablo. El tren
tenía cuatro vagones de carga, de hierro rojo oxidado y dos vagones de
pasajeros, bastante destartalados. Nos dijeron bromeando que la máquina de
vapor solo la sacaban una vez al año. La máquina de nuestro tren era Diesel.
También nos comentaron que habíamos tenido suerte porque el tren había estado
parado durante cuatro meses, por problemas de derrumbe del terreno y
mantenimiento del trayecto de las vías.
El recorrido Riobamba-Alausí-Simbamba-Alausí duraba unas cinco horas. Lo típico era hacer el trayecto subidos en el techo del tren para contemplar mejor las vistas, y eso hicimos. Alquilamos una almohadilla por un dólar y encontramos un hueco entre los otros guiris. No había más ecuatorianos que los pocos que hacían turismo por su propio país. Una barandilla metálica en el extremo permitía apoyar los pies o la espalda. Los vaivenes y el movimiento del tren casi se notaban más en el vagón.
A la hora de partir de Riobamba el tren
paró bruscamente. Se había producido un derrumbe del terreno, y un
montón de ramas y barro cortaban el camino de las vías. Dos operarios fueron a
inspeccionar la parte delantera. Nos enteramos de que no disponían de palas y
fueron a buscarlas no sé dónde. Desengancharon la máquina para intentar
desplazar el barro, cavaron y tardaron casi una hora en limpiar las vías.
Mientras todos los pasajeros nos movíamos, hacíamos fotos y comentábamos la
situación. Decían que los derrumbes y descarrilamientos eran habituales y
formaban parte de la diversión. Por lo menos no descarrilamos.
Entablé conversación con un ecuatoriano que vivía en Nueva York. Era un señor mayor jubilado. Me contó que su hijo trabajaba en el servicio secreto, y habló del impacto de los atentados del 11-S.
Tras la reparación de la vía reanudamos la
marcha. El día estaba grisáceo, pero era bonito el paisaje de valles cultivados, un mosaico de diferentes
tonalidades verdes, con el río al fondo. Se veían algunas ovejas y vacas. En Guamote,
junto a las vías había pequeños puestos que ofrecían comida y textiles. Las vendedoras
eran mujeres con la vestimenta tradicional: ponchos, las faldas de volantes que
llaman polleras y sombreros negros. Tenían largas trenzas, peinadas en dos o
una sola trenza.
Cruzamos el río por varios puentes de aspecto destartalados que emitían grandes ruidos al atravesarlos. En poco tiempo el tren llego a la llamada Nariz del Diablo, una montaña aislada en el valle, cuyo perfil se recortaba contra el cielo. Allí el tren cambió de sentido en un bucle. Pero antes nos dejaron bajar un rato por allí. No había ninguna población. El fin del trayecto era la Nariz del Diablo, y luego el tren regresó a Alausí. Fue un recorrido y un paisaje para recordar en nuestro viaje a Ecuador.