sábado, 7 de octubre de 2000

LA COSTA DE IFATY


Desde Toliara fuimos a Ifaty por una pista arenosa. Nos alojamos en un bungalow del hotel Mora-Mora, frente al mar. Recorrimos la playa paseando en ambas direcciones y dándonos baños en el trayecto. Vimos pescadores arrastrando las redes a mano y recogiendo el pescado aleteante en un saco. Las mujeres y niños recogían conchitas para hacer collares y adornos. Otros se dedicaban a vaciar erizos de mar y guardar la carne anaranjada del erizo en un recipiente de plástico.

Muchos niños se bañaban en el mar jugando entre risas, mientras su piel brillaba como madera barnizada. El agua estaba verdeazulada y tranquila como una balsa. Era una laguna que formaba la barrera de coral y a lo lejos, en la línea del horizonte se veían romper las olas blancas contra el coral. 




Pasaban barcas de velas remendadas de color pergamino, y barcazas con la silueta del remero recortándose contra el mar. El pueblo de Ifaty estaba formado por unas cuantas chozas de caña, era donde se encontraban más barcos, la mayoría de madera envejecida, y otros pintados de color verde y azul.

Paseamos por el bosque de espinos y baobabs. El bosque era bastante seco y predominaban los cactus espinosos con formas retorcidas. Entre ellos había algunos baobabs solitarios. Vimos el baobab más grande de la zona. El perímetro de su tronco era el de cuatro personas con los brazos extendidos. En el tronco grisáceo había unas hendiduras que permitían ascender. Las ramas del baobab estaban retorcidas, como expresando su sufrimiento por la sequía del terreno. 





Otro día fuimos a hacer snorkel en una piragua con vela. El mar estaba tranquilo, nos acercamos a la línea donde rompían las olas y nos sumergimos. Entre los corales predominaba la que llamamos la rosa del desierto. Había peces listados, con rayas amarillas y negras, otros pequeños azul cielo y unos amarillos alargados llamados pez trompeta. Era divertido seguirlos entre el laberinto de corales hasta que nos despistaba y los perdíamos de vista.

Fueron días de baños, sol, paseos y descanso en hamacas o bajo la sombra de algún árbol. En los atardeceres contemplamos las puestas de sol, con el disco de sol naranja engullido por la línea azul del horizonte, mientras se deslizaba la silueta de alguna barca. Para rematar el día las cenas eran deliciosas, con mezcla de cocina malgache y francesa: sopas de pescado muy sabrosas, pan de ajo, pescado con patatas y pimientos rojos y crepes de azúcar. 



lunes, 2 de octubre de 2000

EL PARQUE NACIONAL ISALO

Desde Ranohira visitamos el Parque Nacional Isalo. Salimos del pueblo y nos dirigimos hacia la extensa pared de piedra que formaba el parque nacional. Decían que la piedra arenisca había sido esculpida por el agua y el viento con formas caprichosas y curiosas. La roca grisácea tenía vetas amarillas y anaranjadas, como de óxido. El paisaje era bastante seco y en algunos tramos casi desértico. En Madagascar la tala de árboles había sido devastadora. 

Los estrechos senderos serpenteaban por valles entre montañas rocosas, entre hierbas altas y campos de trigo. Tuvimos suerte y vimos dos lemures, animales característicos de Madagascar. Eran como monos pequeños, de pelo blanco, Uno de ellos llevaba a su cría en la espalda. Desaparecieron pronto. También vimos baobabs enanos, con el tronco redondeado y flores amarillas. El interior del baobab era un reservorio de agua.

Subimos por un barranco, saltando por las rocas junto a un río. A las dos horas de marcha llegamos a las cascadas Namaza. Nos sumergimos en sus aguas heladas con gran placer. La cascada no era muy alta, pero formaban un estanque de aguas verdes y tranquilas. 


Luego andamos más de una hora hasta llegar a la Piscina Natural Paraíso. Apareció de repente, en una hondonada de una zona especialmente seca, como un oasis. Era un estanque natural de aguas verdosas, rodeado de vegetación, palmeras y helechos. La roca descendía gradualmente hasta el agua. La cascada era más alta que la Namaza, y el agua caía con más fuerza. Nos pusimos debajo y nos masajeó la espalda y las lumbares, como si fuera un jacuzzi. En el remanso el agua estaba tan tranquila que solo nadamos a braza, deslizándonos suavemente. Después del baño nos cominos los bocadillos que llevábamos con apetito y nos tumbamos al sol. Nos despedimos con pena de aquel lugar, de gran belleza.




sábado, 30 de septiembre de 2000

ANTANANARIVO

Madagascar era la cuarta isla más grande del mundo, después de Australia, Islandia y Borneo. Estaba situada frente a las costas de Mozambique, en pleno Océano Índico. Viajamos en el año 2000  y comprobamos que era un país africano diferente y con muchos atractivos. Antananarivo, abreviada Tana, era la capital de Madagascar. La ciudad estaba construida sobre varias colinas alrededor del Lago Anosy.

El Lago Anosy estaba precioso, bordeado por jacarandos de flores lilas, algunos sauces llorones y otros altos árboles Se veía basura en las orillas, pero no las cantidades que vimos en los viajes posteriores que hicieron otros amigos. En el centro tenía una isla  con un Monumento a los combatientes de la I Guerra Mundial. Accedimos a la isla por un puente, y contemplamos la ciudad desde el centro del lago.



Desde el Parque de la Plaza de la Independencia había buenas vistas. Bajamos un montón de escaleras hasta llegar al Mercado Zoma. Antes era mucho más grande con cientos de puestes con parasoles. Pero por la inseguridad los habían reducido bajo la estructura del mercado, con tejadillos triangulares. Había mucha animación y se vendía de todo. La población local, los malgaches, nos sonreían y nos ofrecieron vainilla y especies, mango, fósiles, o piedras semipreciosas. En el Mercado de Anchove estaban las tiendas de artesanía.





En una colina estaba el antiguo Palacio de Rova, el Palacio de la reina. Fue quemado en 1995 en las protestas de las elecciones y solo se conservaba la estructura externa, un cuadrilátero con ventanas arqueadas y cuatro torres en los extremos.

Otro Palacio cercano fue la Residencia del Primer Ministro. Esta reconvertido en Museo y se exhibían colecciones de objetos que se salvaron del incendio y algunas fotografías antiguas. Estaba el Trono de la Reina, su palanquín, su corona y ornamentos, joyas, sables labrados, fotos de las reinas sucesivas, los embajadores en el extranjero y el Tratado de paz con los franceses después de la guerra. Fue una visita interesante.

Bajo el protectorado francés, entre 1882 y 1897, se abolieron la esclavitud, las castas y la monarquía. La última reina de Madagascar fue Ranavolona IIISe conservaban restos de la época colonial francesa, como el bonito edificio de la Estacion de Ferrocarril Soarano con un reloj central o la Catedral Católica de Andohalo, del s. XIX y dedicada a la Inmaculada Concepción. Era de arquitectura románica, con dos torres laterales.



(Foto cortesía de wikimedia)

sábado, 30 de octubre de 1999

EL ENCANTO DE GEORGETOWN


En la Península de Malaca cruzamos por un largo puente hasta la isla de Penang. Georgetown era la capital de Penang. Callejeamos y cogimos un rickshaw de bicicleta para dar una vuelta por la ciudad. Fue un paseo agradable, y sentados se veían las cosas desde otra perspectiva. Recorrimos el Paseo Marítimo, el Parque Padang, el Fuerte Cornwallis, el barrio de pescadores, Chinatown y sus templos chinos, y la Pequeña India. 

El ambiente era una mezcla de chinos, indios de piel oscura, malayos y musulmanes, cada uno con su indumentaria particular. Malasia era una atractiva mezcla de culturas.


Muchos de los edificios de Georgetown eran del s. XIX. Eran casas bajas de una o dos plantas con porches, y comercios en los bajos, Se veían muchos carteles con caracteres chinos. Los pisos superiores tenían las ventanas arqueadas y pintadas de colores. Los tejadillos eran descendientes y las fachadas de diversos tonos amarillo, rosado, verde manzana o marfil. 

También había edificios modernos y rascacielos, como la Torre Kumar, de sesenta y pico pisos. En la calle Penang había muchos comercios antiguos y tiendas de artesanía que mezclaban objetos chinos, indonesios o indios.



La Pequeña India estaba llena de tiendas de saris de seda de colores, y de guirnaldas de flores como ofrendas. Olía a incienso, jazmín y a curry con especias picantes. En los restaurantes servían los chapatis y el yogur lassi. El templo hindú que vimos mantenía su estilo colorista y naïf, lleno de estatuillas y figuritas de dioses. 

En el Paseo Marítimo había mucho ambiente. Algunos pescaban, otros dormitaban acariciados por la brisa marina, las familias paseaban y los niños jugaban y hacían volar sus cometas en el parque. El agua del mar tenía un color azul verdoso, aunque estaba nublado.

Al día siguiente cogimos el Funicular, que ascendía por la colina repleta de vegetación de jungla boscosa, en un ángulo de 45 grados. El primer tramo fue de unos 15 minutos, luego hicimos transbordo y cambiamos de funicular, y finalmente llegamos a la cima. La vista era espectacular: toda la ciudad de Georgetown con sus rascacielos emergiendo frente al mar salpicado de barcos, y al otro lado el lago puente que unía la ciudad con la Península.


En la cima estaba el Templo Kok Lok Si, el templo budista más grande de Malasia. Era de 1890, aunque se tardó 20 años en la construcción, y todavía edificaban nuevas pagodas. La Pagoda Torre era de estilo birmano, pintada de blanco con una corona dorada. Tenía unos 30m de altura y podía subirse hasta el último piso. Los tejadillos de las pagodas de estilo chino, y el resto de estilo tailandés. 

Se accedía a través de una escalinata de piedra, con tiendas religiosas y de artesanía a los lados. Ofrecían figuritas de Buda de todos los tamaños, posturas y expresiones;  de madera, de jade, de hueso o de marfil. Coincidimos en la visita con un colegio de niños uniformados que jugueteaban por las escaleras. En la entrada había un estanque de aguas verdosas lleno de tortugas, que se amontonaban unas sobre otras.


En todo el templo olían las varitas de incienso que se quemaban en los grandes pebeteros de bronce. La gente se colocaba frente a las figuras de Budas y juntaban sus manos, haciendo una leve inclinación. En la cima de la colina había varios hoteles, restaurantes, una pequeña mezquita con cúpulas amarillas y un templo indio.  





Viaje y fotos realizados en 1999

 

viernes, 15 de octubre de 1999

EL PARQUE NACIONAL BAKO


La isla de Borneo albergaba muchas maravillas. Desde Kuching fuimos a visitar el Parque Nacional de Bako, uno de los más antiguos en la región de Sarawak. Estaba formado por islas, acantilados, promontorios rocosos y bahías de arena blanca, en la desembocadura de los ríos Bako y Kuching. 

En el embarcadero de Kampong solicitamos el permiso para entrar al parque, pagamos la entrada y cogimos un barco. En la oficina nos indicaron varias rutas de senderismo marcadas, con el tiempo de recorrido. El archipiélago de las islas Perhentian estaba formado por dos islas principales: Pulau Perhentian Kecil (la pequeña) y Pulau Perhentian Besar (la grande).




Empezamos por el camino Sapi hasta lo alto de la colina, desde donde había una panorámica de la playa de la isla, con un denso palmeral y vegetación. El Camino Kecil y Besar atravesaba la jungla con pasarelas sobre terreno pantanoso. Vimos las temidas sanguijuelas, que chupaban la sangre y que solo podían desprenderse del cuerpo quemándolas con un cigarrillo. 

Había manglares y raíces de árboles entrecruzadas en el suelo formando un entramado. Gran parte del camino era sombreado y solo se filtraban unos rayos de sol a través del follaje. Observamos los bichitos: orugas, ciempiés, mariposas, hormigas gigantes, arañas.




A la playa de Besar no se podía acceder pues un cartel advertía que bajar por el acantilado no era seguro y podía resultar peligroso. La contemplamos desde arriba. Luego fuimos a la playa de Kecil, preicosa y salvaje, una bahía grande bordeada por vegetación frondosa y con rocas de formas caprichosas. Atamos las mochilas a una rama, por si venían monos, y nos montamos un picnic con los víveres que llevábamos. Allí nos zambullimos en el agua y nos dimos unos baños deliciosos.






Viaje y fotos realizados en 1999