sábado, 14 de octubre de 2000

MIANDRIVAZO Y EL RÍO TSIRIBIHINA

Llegamos a Miandrivazo a las once y media de la noche, tras un trayecto infernal en taxi-brousse desde Morondava, por pistas llenas de socavones. El vehículo parecía un barco, en continuo vaivén hacia un lado y otro.

Al día siguiente vimos el pueblo de Miandrivazo, que nos gustó mucho. En la calle principal se conservaba alguna casa destartalada con los balcones con tablillas de madera labrada. Tenía un par de Iglesias Adventistas, que eran los edificios de mejor construcción, aparte del Palacio de Justicia. Había mucho ambiente y pequeños comercios. Solo necesitaban una madera para montar un puesto de venta ambulante de buñuelos, cacahuetes, pinchitos de carnes, huevos, mangos…Vimos un almacén de mazorcas de maíz. Había cientos de mazorcas doradas. Estaban amontonadas, las metían en sacos y las cargaban en un camión. Por las casas también colgaban hileras de mazorcas.



En las calles vimos mujeres y niñas peinándose unas a otras, haciéndose trencitas que luego agrupaban en moños caprichosos, con peinados muy variados e imaginativos. Algunas llevaban pamelas blancas o de colores.



Al atardecer paseamos por las orillas del río Tsiribihina, viendo el ambiente local. Mujeres y niños se lavaban enjabonándose, otras mujeres lavaban la ropa y la extendían en el suelo para que se secara, formando un mosaico de colores.






Había una excursión por el río de tres días, pero decidimos hacer un trayecto en piragua más corto. La piragua era un tronco de árbol vaciado, con cuatro maderos transversales para sentarse. Fuimos con dos remeros. Rio arriba había una zona de rocas y se formaban rápidos, estrechándose el caudal. Dejamos la canoa atada y caminamos por las rocas hasta llegar a unas cascadas donde el agua saltaba con fuerza entre las piedras. Nos bañamos en un remanso del río. Disfrutamos un montón y fue muy relajante.




miércoles, 11 de octubre de 2000

EL PARQUE NACIONAL TSINGY

El Parque Nacional de Tsingy de Bemaraha era el más grande de Madagascar. Había dos circuitos posibles: el Gran Tsingy de 4 horas de recorrido y el Pequeño Tsingy de 2 horas. Hicimos los dos circuitos acompañados por un guía del parque.

El coche nos dejó frente a una pared de vegetación verde y comenzamos nuestra excursión. Atravesamos una zona de bosque tropical con mucha hojarasca seca en el suelo y lianas retorcidas. Vimos bastantes animales: ardillas, salamandras grandes, pájaros y lémures.


Leímos que los tsingys eran mesetas cársticas en las que las aguas subterráneas habían socavado las tierras altas elevadas, y creado cavernas y fisuras en la piedra caliza. La peculiaridad del parque eran esas formaciones geológicas de pináculos de piedra calcárea, originados por la erosión. El bosque de pináculos de piedra tenía paredes de 30 o 40 m de altura.

Formaban un laberinto que recorrimos como hormiguitas. El guía nos colocó un arnés de escalada con mosquetones de seguridad. Había algunas pasarelas, troncos y escaleras metálicas clavadas en la roca para poder ascender. Recorrimos pasadizos estrechos, por los que pasábamos de perfil, y desfiladeros que formaban grutas. Fue divertido.



El camino no era demasiado difícil, pero exigía concentración para no herirse con los bordes de afilada piedra que nos rodeaban. De hecho, me desgarré el pantalón con una arista. Constantemente había que trepar, bajar y saltar apoyándose en las piedras y manteniendo el equilibrio en posiciones difíciles. Nosotros llevábamos botas de montaña, pero nuestro guía llevaba chancletas y se movía con la misma agilidad que si pisara arena.

El mirador principal era una pequeña pasarela de madera en las alturas, en medio de los picos de piedra. Unas vistas espectaculares. Allí nos quedamos un rato contemplando las formas de las piedras calcáreas, ente las copas de los árboles y bajo un sol de justicia. Una maravilla natural y un paisaje extraño, de cuento de hadas. Otro de los atractivos naturales de Madagascar.



domingo, 8 de octubre de 2000

LA AVENIDA DE LOS BAOBABS


La Avenida de los Baobabs de Morondava justificaba por sí sola el viaje a Madagascar. Los baobabs aparecían a ambos lados de una pista de tierra roja. Eran árboles altos, con flores amarillas, y contenían agua en su interior. Cuando llegamos un rebaño de cebús pastaba en una campiña verde con flores lilas, junto a una charca. Un niño de unos diez años era el pastor, y dirigía a los cebús con una vara.


Había baobabs de todos los tamaños y grosores. Medimos con los brazos el diámetro de un baobab grande: seis personas con los brazos extendidos, unos dos metros. La figura de una persona se veía diminuta comparándola con los troncos. Las ramas cortas se retorcían en formas caprichosas contra el cielo azul. 


Los troncos de corteza grisácea pasaron a ser dorados en la puesta de sol. Vimos todos los cambios de tonalidad de la luz entre los árboles. El disco del sol cambió de amarillo a naranja y a rojo fuego hasta desaparecer. Regresamos en silencio, envueltos en una luz violeta oscuro, y llegamos a Morondava ya de noche.

sábado, 7 de octubre de 2000

LA COSTA DE IFATY


Desde Toliara fuimos a Ifaty por una pista arenosa. Nos alojamos en un bungalow del hotel Mora-Mora, frente al mar. Recorrimos la playa paseando en ambas direcciones y dándonos baños en el trayecto. Vimos pescadores arrastrando las redes a mano y recogiendo el pescado aleteante en un saco. Las mujeres y niños recogían conchitas para hacer collares y adornos. Otros se dedicaban a vaciar erizos de mar y guardar la carne anaranjada del erizo en un recipiente de plástico.

Muchos niños se bañaban en el mar jugando entre risas, mientras su piel brillaba como madera barnizada. El agua estaba verdeazulada y tranquila como una balsa. Era una laguna que formaba la barrera de coral y a lo lejos, en la línea del horizonte se veían romper las olas blancas contra el coral. 




Pasaban barcas de velas remendadas de color pergamino, y barcazas con la silueta del remero recortándose contra el mar. El pueblo de Ifaty estaba formado por unas cuantas chozas de caña, era donde se encontraban más barcos, la mayoría de madera envejecida, y otros pintados de color verde y azul.

Paseamos por el bosque de espinos y baobabs. El bosque era bastante seco y predominaban los cactus espinosos con formas retorcidas. Entre ellos había algunos baobabs solitarios. Vimos el baobab más grande de la zona. El perímetro de su tronco era el de cuatro personas con los brazos extendidos. En el tronco grisáceo había unas hendiduras que permitían ascender. Las ramas del baobab estaban retorcidas, como expresando su sufrimiento por la sequía del terreno. 





Otro día fuimos a hacer snorkel en una piragua con vela. El mar estaba tranquilo, nos acercamos a la línea donde rompían las olas y nos sumergimos. Entre los corales predominaba la que llamamos la rosa del desierto. Había peces listados, con rayas amarillas y negras, otros pequeños azul cielo y unos amarillos alargados llamados pez trompeta. Era divertido seguirlos entre el laberinto de corales hasta que nos despistaba y los perdíamos de vista.

Fueron días de baños, sol, paseos y descanso en hamacas o bajo la sombra de algún árbol. En los atardeceres contemplamos las puestas de sol, con el disco de sol naranja engullido por la línea azul del horizonte, mientras se deslizaba la silueta de alguna barca. Para rematar el día las cenas eran deliciosas, con mezcla de cocina malgache y francesa: sopas de pescado muy sabrosas, pan de ajo, pescado con patatas y pimientos rojos y crepes de azúcar. 



lunes, 2 de octubre de 2000

EL PARQUE NACIONAL ISALO

Desde Ranohira visitamos el Parque Nacional Isalo. Salimos del pueblo y nos dirigimos hacia la extensa pared de piedra que formaba el parque nacional. Decían que la piedra arenisca había sido esculpida por el agua y el viento con formas caprichosas y curiosas. La roca grisácea tenía vetas amarillas y anaranjadas, como de óxido. El paisaje era bastante seco y en algunos tramos casi desértico. En Madagascar la tala de árboles había sido devastadora. 

Los estrechos senderos serpenteaban por valles entre montañas rocosas, entre hierbas altas y campos de trigo. Tuvimos suerte y vimos dos lemures, animales característicos de Madagascar. Eran como monos pequeños, de pelo blanco, Uno de ellos llevaba a su cría en la espalda. Desaparecieron pronto. También vimos baobabs enanos, con el tronco redondeado y flores amarillas. El interior del baobab era un reservorio de agua.

Subimos por un barranco, saltando por las rocas junto a un río. A las dos horas de marcha llegamos a las cascadas Namaza. Nos sumergimos en sus aguas heladas con gran placer. La cascada no era muy alta, pero formaban un estanque de aguas verdes y tranquilas. 


Luego andamos más de una hora hasta llegar a la Piscina Natural Paraíso. Apareció de repente, en una hondonada de una zona especialmente seca, como un oasis. Era un estanque natural de aguas verdosas, rodeado de vegetación, palmeras y helechos. La roca descendía gradualmente hasta el agua. La cascada era más alta que la Namaza, y el agua caía con más fuerza. Nos pusimos debajo y nos masajeó la espalda y las lumbares, como si fuera un jacuzzi. En el remanso el agua estaba tan tranquila que solo nadamos a braza, deslizándonos suavemente. Después del baño nos cominos los bocadillos que llevábamos con apetito y nos tumbamos al sol. Nos despedimos con pena de aquel lugar, de gran belleza.