viernes, 3 de noviembre de 2000

ISLA MAURICIO

Después de viajar un mes por Madagascar hicimos una parada de varios días en Isla Mauricio, aprovechando que el avión hacía escala. Era un archipiélago de origen volcánico en medio del Océano Índico. Era una interesante mezcla de culturas por las influencias migratorias de África, Oriente Medio, India, China o Europa. 

El Archipiélago comprendía las islas Rodrigues, Agalega y Saint Brandon, además de Mauricio. Fue descubierto por los portugueses en 1505 y colonizado posteriormente por holandeses, franceses y británicos. La lengua oficial es el inglés y el francés, y la lengua principal es el criollo mauriciano. 

Un día fuimos a Curepipe. Lo que más nos gustó fue el Cráter de los Ciervos, el cráter de un antiguo volcán extinguido. Los vulcanólogos decían que el volcán estaba conectado con los de la Isla Reunión, que estaban activos, y cuando estos se apagaran era probable que el volcán de Curepipe recuperara su actividad. 

El lugar era un buen mirador, con las montañas de formas picudas al fondo, que pertenecían al Parque Nacional de las Gargantas de Río Negro, con la montaña más alta de la isla el Piton de la Petite Rivière Noire de 828m de altitud. Un verde paisaje, con plantaciones de caña de azúcar, té, vainilla y tabaco, repartidas por toda la isla.

Port Louis era la capital de Mauricio. Paseamos por la Plaza de Armas, de altas palmeras, al final de la cual estaba el Parlamento. Cerca estaban los Jardines de la Compañía, llamados así porque fueron creados por la Compañía de Las Indias Orientales. Tenían árboles centenarios como las higueras de indias gigantes, con troncos retorcidos y lianas colgantes. 

En el Paseo Marítimo se veía gente de orígenes diversos, de piel clara, cobriza, mulatos, negros o asiáticos. Había muchos bares y restaurantes variados desde pizzería a hindúes, heladerías y puestos de zumos naturales. El Casino tenía la entrada a través de un casco de barco de madera, con su mascarón de proa. Otro de los bares era un barco tamaño natural, plantado en la acera. Una orquesta tocaba música de jazz, mientras unos bailarines bailaban claqué. Era un ambiente muy cosmopolita.




Chamarel era conocida por la llamada “Tierra de siete colores”. Dunas en las que realmente se apreciaban los distintos tonos: amarillo, ocre, rosado, rojo, morado, marrón y anaranjado. Con la luz del atardecer se intensificaba el colorido. Leímos que los colores se debían a los procesos de oxidación de minerales. La tierra formaba ondulaciones entre el bosque y los cultivos de café. Un bonito paisaje natural.


El Mar de Vacoas era un embalse de agua de lluvia, un reservorio que abastecía de agua a toda la isla. Era bastante grande. El Lago Grand Bassin era sagrado para los hindúes, que celebraban allí sus ceremonias y un festival anual. Tenía pequeños templos con estatuas coloridas y olía a incienso. Había algunas mujeres indias vestidas con saris rojos. Colocaban las ofrendas de coco o guirnaldas de flores cerca de la orilla, para que las arrastrara la corriente, como si fuera el Ganjes. Toda una evocación de la India.


Para ver la Gran Bahía y sus playas paradisíacas nos alojamos en el pueblo de Pereybere. La Bahía era preciosa, las playas tenían franjas de arboleda con casuarinas. El mar estaba salpicado de barcos y tenía el color verde turquesa transparente del Océano Índico. 

Otro día contratamos una excursión en barco para ir a la Isla de los Ciervos, en la costa este. Primero fuimos en furgoneta hasta el pueblo Trou de Agua Dulce, donde cogimos una lancha rápida hasta unas cascadas. Luego nos dejó en la Isla de los Ciervos, con una playa de arena blanca y agua verde esmeralda, totalmente transparente. Allí nos dimos deliciosos baños, comimos pescado y disfrutamos el paisaje. Mauricio tenía muchos atolones coralinos con vida submarina y gran diversidad de corales. La isla tenía muchos atractivos que ofrecer.




Viaje y fotos realizadas en el año 2000.

martes, 24 de octubre de 2000

LA ISLA SANTA MARÍA

El Ferry desde Soanierana-Ivango hasta la isla St. Marie (o Nosy Boraha) tardó tres horas. El Océano Índico tenía bastante oleaje. Nos dejó en Ambodifotatra, la capital. La isla tenía mucha vegetación y estaba llena de palmeras. Nos alojamos en unos bungalows esparcidos en una colina con jardines, en el extremo sur.

Alquilamos bicicletas para recorrer la isla. Pasamos por el puente, bastante largo, frente a la iglesia blanca de tejadillo rojo. En Ambodifotatra había un mercado y varios comercios bajo los porches pintados e color verde manzana o azul. Era una capital diminuta y no se veía mucha gente por la calle. Comimos frente a la playa, en primera línea de mar y entre palmeras. Nos regalamos gambas y calamares con salsa de coco y patatas.



Las playas eran espectaculares, franjas de arena blanca con extensos palmerales. Nos dimos baños gloriosos. En una de las playas junto a nuestro hotel, habían construido dentro del agua una piscina redonda con piedras negras. Era una bañera marina preciosa, y allí mismo había peces. Alquilamos gafas con tubo y aletas y pudimos disfrutar del snorkel. 




Nos acercamos nadando a la línea de mar donde rompían las olas. Allí se concentraban los peces y corales, más de lo que esperábamos. Los corales eran verdes, amarillo pálido, alguno anaranjado y marrones. Muchos corales tenían forma de cerebro o de laberinto. Los peces más abundantes eran tipo cebra, blancos con rayas negras, también vimos azules, blancos con una sola raya horizontal amarilla o azul amarillos planos con los bordes blancos y negros que suelen ir en parejas, y las morenas, muy feas y gordas, que permanecían quietas en el fondo arenoso. Pudimos hacer algunas fotos con la cámara submarina desechable de Fotoprix.




Vimos el cementerio de los piratas y el Faro en el extremo, y cruzamos por el interior a la costa este. El camino del interior fue más montañoso, con subidas y bajadas, y sobre todo, pedregoso. Hicimos numerosas paradas, para beber agua de coco, hacer fotos y descansar a la sombre.

Pasamos por el pueblo de cabañitas San Joseph. Paramos a hidratarnos en el Hotel Mora-Mora, que nos gustó mucho porque tenía bungalows construidos sobre el agua, como palafitos. Era lo más parecido a la Polinesia que habíamos visto. La costa suroeste no nos gustó tanto porque apenas tenía playa para poder bañarse. Luego pasamos al lado oeste, regresando al camino más plano.


Dedicamos otro día a explorar la cercana isla Nosy Nato. “Nato” significaba isla en malgache. Descendimos por el camino del hotel, bastante selvático, hasta la playa. Allí cogimos una piragua con Francis, el piragüero. Era una piragua con los dos soportes laterales, para estabilizar, pintada de azul. Vimos un niño que jugaba con otra piragua pequeña que había elaborado él mismo. El mar apenas cubría y el agua verdeazulada transparente permitía ver el fondo de rocas, algunos corales y muchos erizos negros. En veinte minutos llegamos a la isla.



Nosy Nato tenía mucha vegetación y la arena casi blanca, más blanca que la de la isla Santa María. El piragüero nos dejó en el pequeño muelle hecho con neumáticos y quedó en recogernos a las cuatro de la tarde. Las palmeras se doblaban hasta el agua, y alguna piragua pasaba lentamente por la costa. Caminamos por la isla hasta que las rocas nos interrumpieron el paso, y nos instalamos con el pareo en la playa. Cuando teníamos sed pedíamos un coco. Algún chico subía a la palmera y con el machete hacía un orificio para que bebiéramos.

Tras otro día de baños y playa, regresamos contentos a la isla de Santa María y contemplamos la puesta de sol. Por la noche escuchamos el concierto de los insectos y contemplamos las luciérnagas en la oscuridad. Pasamos allí cuatro días estupendos. Fueron días inolvidables, como todo el viaje por Madagascar.







martes, 17 de octubre de 2000

EL LAGO TRITRIVA Y LAS TERMAS


Los taxi-brousse no llegaban hasta el lago, así que negociamos el trayecto con un taxista desde Antsirave. La pista que llevaba al lago estaba en mal estado y fimos bastante lentos. Pero el paisaje compensó. Eran todo colinas con terrazas escalonadas de arroz, y campos de espigas de trigo crecido. Era la zona de Madagascar en la que vimos más cultivos. Antes de llegar una barrera nos cerró el paso; había que pagar entrada.  Bajamos y fuimos caminando, acompañados de varios niños que vendían piedras semipreciosas de la zona.



El Lago Tritriva resultó impresionante. Con sus aguas verdosas y su entorno de abetos parecía un paisaje canadiense más que africano. Quedaba encajado entre paredes de roca que lo rodeaban. Era una plácida bañera entre los altos árboles. Hicimos fotos desde diferentes ángulos y en una de ellas nos dimos cuenta de que el lago tenía la forma del mapa de África. Una curiosidad.


Decían que era muy profundo y tenía una leyenda parecida a la de Romeo y Julieta, que dos amantes se suicidaron en él por su amor imposible. Nosotros no nos bañamos, pero sí lo rodeamos con calma, contemplando sus tranquilas y verdes aguas, y las paredes escarpadas. 


En la misma carretera estaba el pueblo de Betafo, conocido por sus baños termales. Eran varias habitaciones individuales con una pequeña bañera de piedra natural, de la que manaban chorros de agua caliente. Cuando querían detener el chorro, colocaban una madera en el caño. La chica que me dio el masaje trajo un cubo con un cacito y me iba mojando a medida que masajeaba. Primero cervicales y espalda, después brazos y piernas. Apretaba los músculos con un vigor diría que excesivo. Duró poco, pero fue agradable.

Al salir curioseamos por el pueblo, viendo su iglesia y las fachadas de las casas con balcones de madera. Era día de mercado y había mucho ambiente. Vendían sombreros de rafia, decenas de sombreros extendidos por el suelo.





sábado, 14 de octubre de 2000

MIANDRIVAZO Y EL RÍO TSIRIBIHINA

Llegamos a Miandrivazo a las once y media de la noche, tras un trayecto infernal en taxi-brousse desde Morondava, por pistas llenas de socavones. El vehículo parecía un barco, en continuo vaivén hacia un lado y otro.

Al día siguiente vimos el pueblo de Miandrivazo, que nos gustó mucho. En la calle principal se conservaba alguna casa destartalada con los balcones con tablillas de madera labrada. Tenía un par de Iglesias Adventistas, que eran los edificios de mejor construcción, aparte del Palacio de Justicia. Había mucho ambiente y pequeños comercios. Solo necesitaban una madera para montar un puesto de venta ambulante de buñuelos, cacahuetes, pinchitos de carnes, huevos, mangos…Vimos un almacén de mazorcas de maíz. Había cientos de mazorcas doradas. Estaban amontonadas, las metían en sacos y las cargaban en un camión. Por las casas también colgaban hileras de mazorcas.



En las calles vimos mujeres y niñas peinándose unas a otras, haciéndose trencitas que luego agrupaban en moños caprichosos, con peinados muy variados e imaginativos. Algunas llevaban pamelas blancas o de colores.



Al atardecer paseamos por las orillas del río Tsiribihina, viendo el ambiente local. Mujeres y niños se lavaban enjabonándose, otras mujeres lavaban la ropa y la extendían en el suelo para que se secara, formando un mosaico de colores.






Había una excursión por el río de tres días, pero decidimos hacer un trayecto en piragua más corto. La piragua era un tronco de árbol vaciado, con cuatro maderos transversales para sentarse. Fuimos con dos remeros. Rio arriba había una zona de rocas y se formaban rápidos, estrechándose el caudal. Dejamos la canoa atada y caminamos por las rocas hasta llegar a unas cascadas donde el agua saltaba con fuerza entre las piedras. Nos bañamos en un remanso del río. Disfrutamos un montón y fue muy relajante.